Tributo a la gente que se moja en la Plaza

En los tiempos de oro del peronismo, aquellos años entre 1946 y 1955, existían dos fechas que se celebraban “hasta que las velas no ardan”: el Primero de mayo y el 17 de octubre.

La primera de estas fechas coincidía con la inauguración de las sesiones legislativas (que en aquellos días trabajaban lindo) con un discurso del presidente generalmente largo y a veces más largo que cubría toda la mañana, porque la vida cuartelera al general lo había acostumbrado a iniciar temprano la jornada. Pero a la tarde se llevaba a cabo la asamblea popular, donde era común un diálogo entre el mismo general y la muchedumbre que ocupaba la Plaza de Mayo. Este otro ritual empezaba temprano y culminaba con un final de fiesta donde solían actuar los artistas populares mas importantes. Y en verdad todo era una fiesta, una enorme celebración.

La otra, el 17 de octubre respondía a un esquema parecido pero remitía a la recordación de la memorable gesta de 1945, cuando el Pueblo le puso el pecho a la libertad de su Líder: por eso ese era el día de la lealtad.

  • Foto: Victoria Gesualdi / Telam

Durante todos aquellos años los opositores al gobierno (“los contreras”, que cada año que pasaba eran mas “contreras”, aunque eran cada vez menos según constaba en las consultas electorales periódicas) se ilusionaban con un temporal, una gran lluvia, una garúa al menos, que dificultara la llegada a la Plaza de Mayo de los contingentes populares.

Y hubo días, me consta, que amanecieron destemplados, que parecía que el sueño “contrera” se iba a hacer realidad. Pero no. Poco después del mediodía las nubes se despejaban, el sol iniciaba su tarea demorada y a la hora programada del acto se podía proclamar que era “un día peronista”, como le decía Corner a su hermano Luis Elías Sojit en las trasmisiones radiales deportivas.

Aquellos eran los días felices de un pueblo hermanado pese a sus diferencias porque no había llegado el tiempo del odio. Este nuevo tiempo tuvo lugar cuando algunos dirigentes opositores llegaron a la conclusión que el gobierno no podía ser derrotado democráticamente, en elecciones transparentes, sino por medio de la fuerza.

Así llego el tiempo de los “gorilas”, el estadio superior de los “contreras”, y con ellos el bombardeo de la ciudad de Buenos Aires, el 16 de junio de 1955, que con el pretexto de intentar matar al presidente, dejó un saldo de más de trescientos muertos y una herida en la sociedad que aún sangra. Ese día los “gorilas” hicieron lo que el general Ávalos no se animó a hacer el 17 de octubre de 1945. Y poco después, el derrocamiento del gobierno popular impidió por muchos años volver a juntar a la gente.

Si, ¡ya sé! y después de 18 años de exilio vino la división del pueblo, la muerte y el alegre camino hasta el infierno de la última dictadura.

Todo esto me rondaba por la cabeza cuando viajaba, milagrosamente sentado, en la linea Roca, rumbo a Plaza Constitución, preocupado por la lluvia que observaba a través de las ventanillas del tren. El tramo de la linea C de subte completó el recorrido y ahí asomé mi humanidad a la 9 de Julio, rodeado de gente otra vez feliz. No sé porque, pero finalmente feliz.

A pesar de que el sueldo no alcanza hasta el último día del mes; a pesar de que no sabemos si lo que compramos hoy va a costar mañana el doble; a pesar de las incógnitas del proceso electoral; a pesar de las diferencias internas; a pesar de la imposibilidad de cumplir con los compromisos de uno igualito a lo que le ocurre al país. A pesar de todo eso y muchas más cosas desgraciadas que nos pasan y, encima, a pesar del agua que nos moja, reina un clima de felicidad.

Allá va un compañero con su hijo al hombro; a mi lado pasa una joven con paraguas (algunos la miran con envidia); por la Avenida de Mayo marchan grupos representativos de diversas organizaciones populares (muchas de ellas, como siempre, me son desconocidas); veo con una sonrisa en sus labios a un hombre de mediana edad con la pierna derecha enyesada y con muleta; pasa frente a mi un matrimonio con un carrito que contiene un bebé; veo parejas; veo grupos de amigos; los hay jóvenes (afortunadamente hay jóvenes) y, también, hay mucha gente como uno. Es decir ya no tan joven…

Pero todos andan (debería decir andamos) con cara de felicidad, con una sonrisa a flor de piel, con un perdón en la boca si apretamos o empujamos o nos topamos sin querer a nuestro prójimo próximo, con el convencimiento de que es un día importante, con la esperanza de una definición para la acción.

La lluvia impulsa la iniciación del acto con infrecuente anticipación. A las 15:30 se canta con emoción el Himno y luego de mucha participación popular, la oradora inicia su exposición…

Un poco antes de las 16 empieza a llover más intensamente y emprendo la retirada.

Atrás quedan todos mis hermanos, mis compañeros, los heroicos anónimos que sostienen la Patria. Son los mismos que hace tantos años querían “saber de que se trata”. Son los mismos y al mismo tiempo son otros pero siempre es la misma exigencia: “El Pueblo quiere saber de que se trata”.

Desde mi casa, más tarde por la magia televisiva, los volví a ver, los volví a escuchar, insistentes en sus demandas, siempre felices, mojados y vibrantes: “Una más y no jedemos más”, como en los recitales.

Y la escuché a Ella decir que era de Ellos.

Y hace bien: ese será su mejor destino.

Ser fiel con ese compromiso para ser merecedora de tanto amor.

Más vale que no lo traicione.

 

25/05/2023

Compartir en: