Lo bueno, si breve… (II)

En esta ocasión presentamos mini relatos del hondureño Augusto Monterroso, el uruguayo Felisberto Hernández y del chileno Juan Armando Epple.

La oveja negra
Augusto Monterroso

En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra. Fue fusilada.

Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque.

Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura.

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El silencio
Felisberto Hernández

El teatro donde yo daba los conciertos también tenía poca gente y yo había invadido el silencio: yo lo veía agrandarse en la gran tapa negra del piano. Al silencio le gustaba escuchar música; oía hasta la última resonancia y después se quedaba pensando en lo que había escuchado. Sus opiniones tardaban. Pero cuando el silencio ya era de confianza, intervenía en la música; pasaba entre los sonidos como un gato con su gran cola negra y los dejaba llenos de intenciones.

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La llamada
Juan Armando Epple

-Tiene derecho a una última llamada- le dijo el gendarme.

El condenado a muerte llamó a su casa y preguntó por su esposa.

-La señora salió temprano- le explicó la mucama- me dijo que iba a una boutique a comprarse un traje nuevo, luego pasará a la peluquería y me encargó que pusiera la champaña en el refrigerador.

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