Los enemigos no sutiles

En los últimos momentos del primer peronismo, allá por el aciago mes de setiembre de 1955, el diario “Democracia” llegó a publicar unos pocos artículos con este título: “Los enemigos sutiles”. Me parece que la intención de Américo Barrios, su director, era opinar sobre formas tempranas de penetración que utilizaba el Imperio para llevar a cabo su batalla más importante: la batalla cultural. Uno de los temas abordados era la denominación de negocios en idiomas extranjeros.

Muchos años después como miembro de la Comisión Directiva del Instituto Argentino para el Desarrollo Económico (IADE) escuché a su entonces presidente, Horacio Giberti. pronunciarse por la defensa de nuestro idioma contra el uso de términos extranjeros para estudios o investigaciones donde proliferaban denominaciones foráneas en el abordaje de temas académicos.

Estos reparos hoy parecen un chiste.

La mayoría de los establecimientos comerciales se denominan en gringo, los estudios de cualquier disciplina aceptan términos gringos (cuando no extensas citas en lengua extranjera), por todos los medios se los emplea sin la menor traducción y, lo que es mucho más grave, gran parte de la población adopta modos, costumbres, ¿música?, ritmos, comidas, ropaje… e ideas gringas. Es decir. se piensa en gringo.

A esta altura debo aclarar que no tengo motivo alguno de desprecio por los gringos. No provengo de los pueblos originarios. Soy descendiente de italianos y españoles, como la mayoría de los argentinos y respetuoso de esas comunidades y tantas otras que poblaron y se esforzaron por hacer de la Argentina “nuestro” país, el país de todos. Con ello soy consecuente con el preámbulo constitucional.

El gringo que desprecio (no importa su nacionalidad) no es el que se sumó a vivir en estas tierras sino aquel que vino a “vivirse el país”, el que se apropió de sus tierras, el que “invirtió” y fugó cagándose en el resto de la ciudadanía. Y mucho más desprecio a quienes siendo hombres de estas tierras están al servicio de aquellos.

Hoy gobierna la Argentina un hombre de estas características.

No puedo objetar su legitimidad: lo votó la mayoría de la gente; no puedo negar que fue claro en sus consignas, más allá de que sus votantes las compartieran en plenitud o de los engañapichangas del proceso electoral.

En consecuencia, no deberían sorprenderme sus primeras medidas.

Sin embargo, me asombra la naturaleza agresiva y antidemocrática de las mismas.

Milei, de él se trata, ignora lo esencial de nuestra historia y su formación no lo ayudó a mejorar la imágen que tiene del país y de los argentinos. Esas limitaciones personales quedan en evidencia en su metodología autoritaria (dictar un DNU que pretende modificar culturalmente el país es un acto disparatado); en la influencia “rivadaviana” (entrega de la soberanía a través de la privatización de YPF, otros servicios recuperados, nuestras riquezas naturales, la cesión de nuestro signo monetario…); en la reivindicación de todos los proyectos de la derecha (libertad económica integral y supresión de derechos de las mayorías de una manera inclemente)…

Su “amada” libertad corre a la par con su manifiesto deseo de suprimir al contrario. No me refiero a los planes de su ministra de Seguridad sino a lo propuesto en sus “decretos de necesidad y urgencia” y sus “leyes” de excepción: quiere disponer de la posibilidad de legislar por dos años, que se pueden extender a dos más. Es decir, quiere gobernar con la suma del poder público durante su mandato, sin que medien las circunstancias que hace un siglo pudieron justificar la concesión a don Juan Manuel. De donde resulta, como tantas veces, que quien alardea por la libertad se recontracaga en ella.

El acceso a la primera magistratura del país de este señor ha sido una obra maestra del terror de la derecha nativa e internacional que domina nuestra Patria. Me refiero a los grandes grupos económicos, claro. Contaron con la ¿inesperada? ayuda de gran parte de la dirigencia del que debió ser el campo nacional y popular que no dejó de cometer todos los errores posibles y hasta los imposibles (elección de una figura más que moderada, discapacitada para ejercer la presidencia, realizar una distribución de funciones donde las tres patas del movimiento competían mutuamente por hacer prevalecer sus intereses (cajas incluidas), dilucidar los problemas del Frente en actos públicos al modo “Pimpinella” a través del presidente y su vice, terminar optando por un candidato ajeno a las espectativas de las mayorías, no haber hecho a la fecha el menor intento de autocrítica por haber llegado a este estado de las cosas…)

Sabemos, por que la experiencia histórica lo confirma, que cuando la derecha toma el gobierno, también asume el poder.

En todos los golpes militares de esa orientación (1930-1955-1966-1976) por encima de las diferencias que podían encontrarse entre los hombres de armas, la condución económica siempre estuvo en manos de profesionales al servicio de la clase dominante, cuando no en las propias figuras de cada uno de los sectores representativos de la misma.

Apenas conocido el resultado de las primarias, la inmediata reunión de Milei y Macri no dejó dudas sobre el resultado del ballotage. Y menos dudas sobre las políticas que se aplicarían luego de semejante unidad.

Por supuesto, están a la vista. Nadie puede ignorar las consecuencias inmediatas de ellas de poder ser aplicadas sin resistencia popular: las riquezas naturales de que está dotado el país, las que nos quedan, volarán por los aires para ser dominadas por grandes grupos locales y la emergencia de nuevos gringos. De esos gringos que hablamos al principio.

Estos enemigos de sutiles no tienen nada. Se caracterizan por su brutalidad, su falta de humanismo, su prepotente presencia en las áreas de dominación que aspiran manejar sin ningún tipo de límites.

Ya están ahí, acechando y a la espera de pegar el salto mortal contra la víctima.

La víctima somos el país de los argentinos y nosotros mismos, sus hijos.

Pero es inútil cualquier intento de resistencia si no somos conscientes de la realidad que debemos enfrentar.

No estamos ante un mero proyecto político: la alianza que configuró Macri y a la que Milei le presta gustosamente su cara es una asociación de ladrones al asalto de los tesoros que acumula la Argentina. Basta con observar quienes se han sumado al intento. Son los espectros más dañinos de “la casta”. No es necesario ni siquiera imaginar los esforzados intentos de patéticos “herederos” de Yrigoyen (que sin rubor se cobijan en la UCR), desvergonzados representantes del emperador de la Archirepública de Córdoba o el onanista rionegrino que logró sumar un bloque con 23 legisladores para saber que entre todos habilitarán las ilegales leyes propuestas por el aspirante a tirano de la Nación Argentina.

Suman la ralea de la dirigencia política y presumen de honorabilidad. Son asaltantes de los caminos. Mucho más peligrosos que los bandidos de los barrios. Estos deben ser encarcelados. Aquellos deben ser condenados por “infames traidores a la Patria”, como establece nuestra Carta Magna.

Hay que impedir la liquidación de la República.

Es imprescindible reivindicar nuestra soberanía.

No queda otro camino, una vez más, que la resistencia popular.

 

11-01-2024

 

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