Las cosas por su nombre

En los últimos días se ha producido una suerte de enfrentamiento entre el presidente de la Nación y la exvicepresidenta.

El inicio tuvo lugar con la publicación de un informe de Cristina que era una jugosa interpretación de los primeros meses de ¿gobierno? ¿libertario?, pero mucho más significativo por apuntar a que en la última gestión de gobierno ¿popular?, el peronismo se había torcido (tratamiento del crédito del FMI, aceptación de enormes sobretasas, vencimientos imposibles de cumplir, donde los trabajadores registrados no cubrían sus necesidades) y también desordenado (modificación de la situación estructural de los trabajadores registrados que son minoría y donde solo el 40% de los mismos está institucionalizado, críticas al viejo modelo de estado y las consecuencias sobre la administración pública y su relación con el conjunto de la sociedad, necesidades en materia de seguridad, avance narcos en los barrios, necesidad de asistencia pero también de que cada uno sea capaz de producir al menos lo que consume, influencia de los cambios en materia de información, a la altura del impacto de Guttemberg). No era poca cosa por más que no era todo.

Sin embargo, el extravagante presidente se asió de lo que le hacía falta y ofreció una respuesta a través de una intervención desde un ámbito mendocino. ¿Porqué le hacía falta? Porque su juego es tratar de estar siempre en el centro de la escena.

Hace rato que me interesa escuchar a Miley: sus supuestas referencias a la ciencia económica, que no conoce, que son expresiones muy torpes que intentan encandilar a incautos, sus mentiras, más aún sus falacias, sus cálculos imaginarios, sus desbordes demostrativos de que no dispone del más mínimo equilibrio emocional que demanda la función presidencial, su falta de respeto, el uso de un lenguaje soez, la gestualidad denunciante de una personalidad paranoica, no me permiten seguirlo.

Para darle continuidad al ciclo desatado, Cristina dispuso de una tribuna en la Universidad de Oeste, donde prometió una nueva clase magistral en un escenario que, por repetido, le resulta agradable.

Sillas nutridas de funcionarios que la siguen, enorme cantidad de público que asiste ofreciendo un marco popular más que amigable, clima intenso de adhesión en el acto y posteriormente por los ecos de la prensa adicta.

Y la intervención brillante de Cristina no debe asombrarnos.

Más de una vez he dicho -para asombro de quienes me escuchaban- que es la mayor personalidad política de nuestro país que he conocido a lo largo de mis 85 años de vida.

Como siempre fue elocuente, tuvo momentos memorables y matizó su análisis con referencias concretas a la realidad. Su mención al entrevistado en C5N que expresó que “Miley era loco pero sabe” y la magnitud de su decepción cuando advierta que “tampoco sabía” fue espléndida.

Destacó la inconsistencia del proyecto libertario donde las variables económicas fundamentales (moneda, divisa, salario y precios y servicios) han sido intervenidas en el caso de las tres primeras y con respecto a precios y servicios la libertad absoluta ha sido dictada en beneficio de los sectores dominantes.

Volvió a insistir en la existencia de una economía bimonetaria, con fuerte impacto sobre la inflación.

Se ensañó después en las aberraciones que Miley expuso en Mendoza. Ella sí lo escuchó.

Pero hay un tema que sigue sin aparecer claramente.

Sería injusto decir que no está en boca de Cristina: son contados los dirigentes políticos que se le atreven, aunque sea un poquitito.

Si queremos decir las cosas por su nombre es imposible no señalar que Miley es apenas un invento de los dueños de la Argentina. Es el producto televisivo de una sonsera transformada por arte de magia (negra presumiblemente) en este engendró que escucha voces del cielo, está rodeado de perros y abusa descaradamente de las malas palabras para ganarse de ese modo a “la gente de bien”.

Detrás de él están los dueños de la Argentina: son los que transnacionalizaron las más importantes empresas privadas de nuestro país con la devaluación de Krieger Vasena en la dictadura de Onganía (1966-1972), setenta de las cien; son los grandes grupos que estatizaron la deuda externa privada con el seguro de cambios que inventó Domingo Cavallo en su fugaz paso por el Banco Central (1972); son los mismos que empujaron al gobierno de Alfonsín a claudicar en su propuesta de investigar la deuda legítima e ilegítima (1985); son los mismos que con la traición menemista (¿solo menemista?) liquidaron el patrimonio social de los argentinos (ferrocarriles, teléfonos, empresas eléctricas, YPF, Obras Sanitarias, Aerolíneas, flota de mar, todo); son los mismos que gobierno tras gobierno han intensificado la monopolización de los recursos de nuestro país e incrementado sus ganancias; son los mismos que han jugado permanentemente a endeudar al Estado y fugar, a través de él, sus excedentes al exterior…

Ellos han inventado y aupado al engendro presidencial. Y son, también, los primeros dispuestos a eyectarlo cuando no les haga falta.

Es penoso observar que la dirigencia política no se atreva a denunciar esta realidad que permanece ausente del lenguaje y, en consecuencia, es una verdad velada a la ciudadanía.

Las consecuencias de ello fueron evidentes en el último ¿gobierno? ¿popular?: incapaz de denunciar a los grupos dominantes, aceptó que los mismos fueran los que manejaran las variables económicas en su único provecho en desmedro de las medidas propuesta por el gobierno.

Y así nos fue. El resultado está a la vista.

Durante el revanchismo macrista nunca dejó de escucharse el esperanzado “¡Vamos a volver!”. Hoy volver no alcanza. Se necesita algo nuevo.

Durante la persecución judicial a Cristina se escuchaba “Si la tocan a Cristina que quilombo se va a armar”. Esa consigna cayó en desgracia el día del atentado, hace dos años: ¡No pasó nada!

Quien esto suscribe, tomado de la mano de Cristina en las tres últimas opciones electorales fundamentales votó por Daniel Scioli, Alberto Fernández y Sergio Massa y hoy hay momentos en que quiere cortarse las manos por tamaño despropósito.

Y creo no ser el único.

Para salir de esta encrucijada hay que llamar a las cosas por su nombre.

 

14/09/2024

 

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