Para mí un intermedio es algo que está entre los extremos de lugar, espacio, tiempo…
Para ejemplificar en un país demasiado futbolero, como Argentina, vendría a ser el breve plazo de más o menos quince minutos que separa el primer tiempo (cuarenta y cinco minutos) del segundo tiempo (otros cuarenta y cinco) necesarios para completar un partido.
No sé si es tan sencillo.
Se me hace que es un poco más complejo. Al menos estos intermedios que estoy publicando no son otra cosa que el lógico producto de este momento que estoy atravesando personalmente en este singular período que vive mi país y mi gente.
Cuando hablo de mi país hablo de esta tierra de la que nunca me quise ir.
De la que solo partí en circunstancias excepcionales, cuando decidí vivir la experiencia de recorrer la Patria Grande, de la que estoy tan enamorado como de la Argentina. Este rincón lejanamente austral, casi caído del mapa americano, donde anidan los recuerdos de mis mayores y se conjugan las esperanzas que tengo depositadas en el futuro.
Soy descendiente de ese tano apenas alfabeto -José- que vino de tan lejos a parar a estas pampas y contra todas las desventuras y soledades de la vida, como pudo, más que como supo, armó una familia singular con una hija de gringos -Antonia- decididamente analfabeta, como correspondía para la época, para atravesar su destino de hembra. El contó que su arribo casi coincidió con la muerte del general Mitre (1905) y tuvo un hermano que lo precedió y lo ayudó a trabajar en el entones Ferrocarril del Sur. Mi abuela dejó traslucir que no se resignaba ante la muerte de su padre que vaya a saber si con justicia (o no) atribuia a su propia madre, signada por un nombre biblico: Magdalena. De esa pareja devino mi viejo (1913) que resultó -también- lo mejor que pudo y creyó tocar el cielo con las manos cuando mi madre (1919) aceptó ser su compañera.
Porque para él -José-, criado en el barro de la apenas nacida población de Longchamps, donde el viejo fungía de señalero, cruzarse con el destino de ella -Emma Rosa-, que vivía con su familia por Martínez, le parecía imposible.
Y fue imposible, porque luego de mi nacimiento, en febrero de 1939, Emita se fue, consumida por la tuberculosis en octubre de 1940.
Tal enfermedad por aquellos años hacía estragos pese a que la planteaban como una enfermedad romántica. Me cago en el romanticismo. El país padecía que muchos de sus hijos se fueran por falta de los necesarios antibióticos, recién descubiertos en el curso de la segunda gran guerra (1939-1945). Córdoba, por entonces, era un inacabado e insuficiente refugio de enfermos casi siempre sin retorno.
Mi vieja apenas buscó refugio en Lanús, en casa de algunas hermanas, entre quienes muchos años después, demasiados (2003), rescaté a una tía Ofelia y una prima (la China) que lamentablemente vivieron muy poco.
Ya grande, tuve oportunidad de tomar conocimiento de las alternativas que llevan a la muerte de un enfermo de tuberculosis leyendo apuntes biográficos del pintor Modigliani (el pintor de las mujeres de cuellos laaaargos) y comentarios sobre el final de Cristo, de un ignoto autor que lo suponía loco y tuberculoso. La descripción del ahogo final es terrible.
Siempre he sido refractario al dolor. Pues bien, luego de esas lecturas amé mucho más a mi madre.
Desde pequeño, casi diría desde siempre, fui un niño solo, criado entre mayores (mis abuelos paternos, una tía, mi viejo) y siempre también quise vivir como un mayor.
Y desde muy joven sentí que quería vivir en un país socialmente justo, económicamente libre y políticamente soberano como me indujeron los slogan del primer peronismo, que lejos de ser un slogan era un proyecto de país.
Y un proyecto de vida que se hacía carne en los hermanos que lo defendían como propio.
Sin embargo, la vida me enseñó que cumplir semejante sueño era una tarea difícil y que no todos los actores estaban dispuestos a empeñar su vida para ello.
Hoy, contra toda mi experiencia, a esta altura de mis también laaargos 85 años, me cuesta escribir, me cuesta expresar lo que me pasa y siento en este espantoso cruce de caminos, inimaginable pocos años atrás, pero lamentablemente justificado por la mala experiencia de una dirigencia horrible, que nos ha llevado a la peor de las pesadillas, que es indispensable empezar a luchar desde nuevos espacios sustentados desde abajo por las necesidades, aspiraciones y sueños de las mayorías.
Por eso he buscado en estos intermedios una manera de buscarme a mi mismo, recordando a algunos amigos entrañables o, ahora mismo, a mi familia original.
Necesito de estas pequeñas historias para encontrarme conmigo, para lograr la fuerza necesaria para enfrentar el presente, que demanda ann lucha sin cuartel contra los enemigos de la Patria y del Pueblo.
24.08.2024