Es inútil en medio de los chiqueros querer conservar la elegancia.
Mantenerse limpito.
No vale defender las bondades de nuestro bello idioma castellano frente a carajeadores seriales.
Mucho menos tener que soportar la permanente negación de la realidad por parte de tanta gente.
Tratemos por lo menos de poner un poco de orden llamando a las cosas por su nombre.
Empecemos por el principio: memoremos algunos hitos de nuestra historia reciente que han contribuido a construir este presente horrible.
– durante la gestión de Krieger Vasena como ministro de Economía del dictador Onganía (1967), se llevó a cabo una brutal devaluación de nuestra moneda que permitió que setenta de las cien mayores empresas privadas argentinas pasaran a capitales extranjeros;
– en el curso de la dictadura de Videla (1976-1981) el super ministro Martínez de Hoz impuso la valorización financiera que liquidó gran parte de la industria nacional y subordinó la economía a los intereses de lo que se dio en llamar el nuevo poder económico a través de numerosas empresas enriquecidas gracias a la deuda externa, en forma directa (créditos propios) o en forma indirecta (créditos tomados por el Estado para hacer obras públicas, ejecutadas por ellos);
– en las postrimerías de la dictadura un ignoto presidente del Banco Central (Cavallo, 1982) a través de un “seguro de cambio” estatizó la deuda privada en beneficio de ese poder económico;
– ya avanzada la transición democrática durante el gobierno peronista de Menem, con el ahora célebre Cavallo en el ministerio de Economía liquidó el patrimonio social de los argentinos (electricidad, teléfonos, ferrocarriles, YPF, gas, flota navegable, los puertos y hasta el mismo río Paraná ¡Todo!, para ser más exacto ¡Todo por nada!);
– estos hechos, sumados a la “convertibilidad” (un peso = un dólar) precipitaron la crisis de fin de siglo y en su transcurso, pese a ser despojados de nuestro patrimonio, continuó el endeudamiento llevado a cabo por los dueños de la Argentina que se han especializado en dominar los resortes necesarios para luego de endeudarnos fugar en su beneficio enormes excedentes económicos a guaridas fiscales del exterior.
A partir de esa crisis que pareció terminal y hasta 2015 vivimos un ciclo singularmente beneficioso pero insuficiente: un cambio importante en el comercio internacional permitió un periodo de superávit gemelos, se logró una exitosa negociación de la deuda externa y el alejamiento del Fondo Monetario Internacional (FMI) pero no hubo capacidad para limitar el poder de las grandes corporaciones que han seguido manteniendo un dominio casi absoluto sobre las variables macroeconómicas y concentrado la monopolización de casi todos los sectores fundamentales.
Peor aún, a partir de ese año se produjo el triunfo electoral de una alianza subordinada a ese poder y liderada por uno de su peores miembros (Macri). Por primera vez en nuestra historia luego de la vigencia del voto popular que llevó al radicalismo en 1916 a la Casa Rosada un gobierno de derecha se instaló en ella a través de elecciones que no fueran fraudulentas.
Ese gobierno, por su conformación, sus ideas y su proyecto político estaba condenado al fracaso.
Y lo hizo en forma ostentosa, con el mayor de los estrépitos, con un endeudamiento feroz de más de cien mil millones de dólares, casi la mitad a través del FMI, que volvió como caballo de Troya a ocupar su rol en nuestro destino nacional.
Ese fracaso hizo inevitable el regreso de la fuerza política derrotada en 2015 que se impuso ampliamente en las elecciones de 2019 pero fue un triunfo a lo Pirro, por exclusiva responsabilidad de sus integrantes, incapaces de llevar a cabo un proyecto virtuoso, capaz de mantener el apoyo de las mayorías que lo votaron esperando mejorar sus condiciones de vida y ampliar sus bases de sustentación con logros que promovieran el bienestar general.
Ese error imperdonable promovió la aparición de un enfermo personaje que ejerce la presidencia (otra vez, con el voto popular) como un autócrata desmesurado, sin partido, sin gobernadores, sin intendentes, con una representación irrelevante en los cuerpos legislativos pero con el apoyo de una parte de cierta dirigencia política, siempre dispuesta a correr en auxilio del vencedor.
En realidad, el pobre personaje encaramado en el poder no es otra cosa que un instrumento de los grandes grupos que se han transformado en los dueños de la Argentina: ellos lo promovieron; ellos le diseñaron su triunfo electoral; los consultores legales y contables de esas empresas redactan las leyes que impulsa el ridículo personaje; los medios de comunicación hegemónicos de los que son propietarios, lo protegen, porque a su vez protegen sus privilegios…
En tanto, la casi totalidad de la dirigencia política omite mencionar cual es el estado de situación de nuestra sociedad por ignorancia, cobardía y, en muchísimos casos, por complicidad con el poder dominante.
Debemos decirlo con todas las letras, sencillamente: el presidente de la Nación es un títere sostenido por los dueños del país, entronizado en esa función para su proyecto y beneficio; cuando lo estimen necesario, más pronto que tarde, lo tirarán a la basura, de donde nunca debió salir.
El pobrecito carajeador se verá de esa manera restituido a su lugar en la vida, es decir el basurero del mundo, no en el rol de lider anarcolibertario internacional con ambiciones cósmicas tal como él se imagina, dada su egolatría delirante.
Pero esta historia es mínima, porque mínimo es el personaje que la encarna.
Lo importante es la historia mayor, la que corresponde a nuestra Patria.
Argentina está en una encrucijada: por un lado está endeudada hasta límites insostenibles por obra de las corporaciones que la dominan y desde otra perspectiva es dueña de sus riquezas tradicionales provenientes de la agricultura y la ganadería enriquecidas recientemente por reservas importantes de petróleo, gas y recursos minerales, algunos raros como el litio, que le hacen decir a los representantes del Imperio decadente que disponemos de los recursos que el mundo necesita.
Efectivamente, así es, y estos filibusteros del siglo XXI piensan despojarnos de nuestras riquezas nuevamente. Para decirlo en el lenguaje que ellos utilizan ¡quieren dejarnos en pelotas!
En tanto, la mayor parte de la dirigencia política, sindical y social ha sabido enriquecerse a expensas del silencio cómplice que impide la denuncia de las razones que hacen a nuestros males.
Hoy, cuando el enemigo acecha, se han entregado a una interna donde no se expresan programas, ideas, proyectos, sino solo nombres y supremacías personales. Ellos también se cagan en los padecimientos de nuestro Pueblo y son incapaces de enarbolar un proyecto de salvación nacional capaz de encausar las aspiraciones de las mayorías que aspiran a la grandeza de la Patria y el enamoramiento de la sociedad por marchar en procura de un futuro venturoso.
Hay que decir ¡basta!
Basta a los Scioli, Alberto Fernández y Massa.
Basta a la subordinación a los grupos concentrados que se han apropiado de nuestro país.
Basta a los grupos financieros internacionales que quieren dominar nuestras riquezas naturales.
Basta a los bastardos infiltrados en el movimiento nacional y popular.
Basta de estos energúmenos que reniegan de nuestro pasado y las mejores tradiciones de la sociedad.
Sencillamente, ¡Basta!