Segunda campaña al Alto Perú

En febrero de 1813 después de la victoria en la Batalla de Salta, el General Manuel Belgrano inició la segunda campaña al Alto Perú. Contaba con el apoyo de las distintas poblaciones del lugar comandadas por Manuel Ascensio Padilla y su esposa Juana Azurduy de Padilla por una parte, por el coronel Ignacio Warnes por otro lado, por el cura tucumano Ildefonso Muñecas, y por José Vicente Camargo en Chuquisaca, quienes con hondas, macanas, arcos y flechas enfrentaban a los españoles. Pero las tropas de Belgrano fueron vencidas por el bien armado ejército bajo el mando de Joaquín de la Pezuela, en las Batallas de Vilcapugio y de Ayohuma.

Manuel Belgrano es reemplazado en enero de 1814 por el Gral. José de San Martín, quién percibiendo la imposibilidad de combatir de igual a igual con el bien pertrechado ejército realista, a los cuatro meses, deja ese frente, confiando en la resistencia de los pueblos del lugar, para encabezar la expedición por el cruce de Los Andes.

Pero Buenos Aires no confía ni en el General Martín Miguel de Güemes ni en los originarios del Alto Perú y envía a José Rondeau.

Bartolomé Mitre en su “Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina” escribe: “Cada valle, cada montaña, cada desfiladero, cada aldea, es una republiqueta, un centro local de insurrección, que tiene su jefe independiente, su bandera y sus termópilas vecinales, y cuyos esfuerzos aislados, convergen sin embargo hacia un resultado general, que se produce sin acuerdo previo de las partes. Y lo que hace más singular este movimiento y lo caracteriza, es que las multitudes insurreccionales pertenecen casi en su totalidad a la raza indígena o mestiza, y que esta masa inconsistente, armada solamente de palos y piedras, reemplaza con eficacia la acción de los ejércitos regulares ausentes, concurriendo a su triunfo, con sus derrotas más que con sus victorias”.

Fue la heroica resistencia de las comunidades originarias, mestizos y criollos del lugar los que detuvieron el avance español, muriendo la mayoría de ellos con sus principales jefes en combates desiguales, mal armados y sin la pólvora suficiente.

Tal vez la muerte más emblemática es la de Manuel Ascensio Padilla, el 14 de septiembre de 1816, en la Batalla de La Laguna, quién agotada las municiones peleó con su sable y fue mal herido de una bala que lo derribó del caballo, en tierra, el Coronel Aguilera lo hizo degollar y llevó su cabeza como un trofeo.

En noviembre de 1815, tras la derrota de Sipe Sipe y en plena retirada hacia Salta, Rondeau le escribió una carta a Padilla pidiéndole que hostilizase al enemigo y reconcentrase lo que había quedado dispersado: “oficiales y tropa rezagadas”, y recogiera el armamento.

La enérgica respuesta de Padilla, que él mismo califica como “reservada”, es un documento en el que se expresa las ideas de identidad de los caudillos del noroeste y sus sentimientos en contraposición a la “desconfianza rastrera” de Buenos Aires.

“Lo haré como he acostumbrado hacerlo en más de cinco años […] donde los [alto] peruanos privados de sus propios recursos […] sembrando de cadáveres sus campos, sus pueblos de huérfanos y viudas […] llenos los calabozos de hombres y mujeres que han sido sacrificados por la ferocidad de sus implacables enemigos, hechos y ludibrios del ejército de Buenos Aires, vejados, desatendidos en sus méritos […] la infame conducta que con el mayor escándalo deshizo, rebajó y ofendió al virtuoso regimiento de Chuquisaca […] la prisión de Centeno y Cárdenas por haber hostilizado a Goyeneche […] La presión de mi persona por haber pedido refuerzos para hostilizar a Pezuela […] El gobierno de Buenos Aires, manifestando una desconfianza rastrera, ofendió la honra de estos habitantes […] el ejército de Buenos Aires con el nombre de “auxiliador” para la patria [Alto Perú] se posesiona de todos estos lugares a costa de la sangre de sus hijos y hace desaparecer sus riquezas, niega sus obsequios y generosidad. […] Y ahora que el enemigo ventajoso inclina su espada sobre los que corren despavoridos y saqueando [se refiere a Rondeau y su ejército], ¿debemos salir nosotros sin armas a cubrir sus excesos y cobardía? […] pero esta confesión fraternal, ingenua y reservada [sic], sirva en lo sucesivo para mudar de costumbres, adoptar una política juiciosa, traer oficiales que no conozcan el robo, el orgullo y la cobardía […] Todavía es tiempo de remedio, propenda V.S. a ello; si Buenos Aires defiende la América para los americanos y si no….
Dios guarde a V. muchos años.
Laguna, 21 de diciembre de 1815. Manuel Ascencio Padilla. (Gantier, 1946, p.139/140)”

La lucha continuó sin cuartel, pero los patriotas iban siendo vencidos uno a uno. De acuerdo al libro de Bartolomé Mitre, de más de ciento dos caudillos que lucharon contra los realistas en la llamada “Guerra de Republiquetas”, para 1824 sólo quedaban nueve con vida.

 

Horacio Rovelli
abril 2024

 

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