Neoliberalismo, democracia y genocidio

por Guillermo Cieza
9 de junio, 2024

Compartimos la exposición de Guillermo Cieza en la Cátedra del Che. La Pampa, 7 de junio 2024.

El neoliberalismo remite a formas de dominación del capital, que no cayeron como un fruto del árbol de las ciencias puras, sino que emergieron como una estrategia defensiva en un contexto histórico determinado.

El neoliberalismo es, antes que nada, como apunta Harvey, un proyecto político, que surgió de las clases capitalistas corporativas que se sentían profundamente amenazadas tanto política como económicamente hacia finales de la década de 1960 y en los 70. Emergió como un intento de frenar el poder del trabajo y de la rebelión de los pueblos oprimidos. Surge en el contexto histórico de los procesos insurreccionales que se desplegaron en distintos países de Nuestramérica, de las revoluciones anticoloniales en África de la aparición de la Revolución China, pero también del crecimiento del poder de los trabajadores en Europa y Estados Unidos.

Los trabajos de académicos neoliberales eran anteriores a que se produjeran estos acontecimientos y seguramente se hubieran quedado durmiendo en las bibliotecas, de no suceder hechos sociales y políticos que promovieron que desde las clases dominantes empezaran a prestarle atención. A modo de ejemplo. La principal producción del economista de la Escuela Austríaca Friedrich, August Von Hayek, considerado uno de los padres del neoliberalismo, se escribió entre 1931 (Precios y Producción), y 1941 (Teoría Pura del capital), y fue escasamente reconocido durante años, salvo en los círculos académicos. Sus trabajos merecieron mucha atención recién a principios de los 70. Su continuador Milton Friedman, que escribió su libro más famoso “Capitalismo y Libertad” en 1962, tuvo más suerte. En el 1969, este economista empezó a asesorar a Nixon, pero el viaje a Chile en 1975, cuando visitó al régimen de Pinochet le dio fama internacional. Fue presentado como padre de ese experimento neoliberal, un año después le daban el premio Nobel.

No se puede entender la emergencia del neoliberalismo en el plano internacional y la aparición de liderazgos como los de Ronald Reagan y Margaret Tatcher, sin vincularlo a un proceso previo de reorganización del capital, que veía afectada su riqueza y tasa de ganancias desde la década del 60 y a principios de los 70.

Los desafíos que se planteó el capital corporativo respondían a urgencias situadas en esos tiempos. Por ejemplo: ¿Cómo resolver la cuestión de reducir los salarios y los costos laborales en las potencias occidentales, que afectaban las tasas de ganancias? Y encontraron la respuesta en la ampliación del capital financiero que tiene mayor movilidad, y en la deslocalización de industrias que fueron trasladadas a países con costos laborales más bajos. En países como Estados Unidos y los de Europa Occidental el poder del trabajo fue enfrentado con la deslocalización de industrias, los procesos de robotización que reducen la cantidad de puestos de trabajo, y el aumento del desempleo doméstico. Aplicando la receta global de recuperar tasas de ganancia afectando salarios y empleos, es fácil advertir que en los países centrales no se afectaron bruscamente las formas de gestión democráticas formales, pero en los países de la periferia se promovieron dictaduras que hicieron el trabajo sucio, violando las normas constitucionales vigentes y con un saldo atemorizador de detenidos, exilados, asesinados y desaparecidos. El primer experimento neoliberal en Nuestra América fue la dictadura de Pinochet, instalada con el golpe militar de setiembre de 1973.

En ese contexto resulta ilustrativo observar lo que ocurrió en la Argentina.

Nuestro país venía transitando un proceso de alza de luchas obreras que estaban haciendo temblar los cimientos del capitalismo. Estas luchas se destacaron no solo por la cuantitativo, por el porcentaje de trabajadores involucrados en esos conflictos, sino también por lo cualitativo. Por el hecho que se consiguieron triunfos en empresas de gran envergadura como Ika-Renault, Transax, Petroquímica Sudamericana, PASA, Acindar, Bagley, la Hidrófila, etc. Pero, porque, además se utilizó como principal método de lucha las bajas programadas de producción.

En ese momento el capital empezó a pensar: ¿qué hacemos con todo esto que se nos viene encima?.¿ Que hacemos con esta clase obrera que puede ser muy calificada laboralmente, pero es escasa, rebelde, sindicalizada y con mucha experiencia de lucha? Fue en ese momento en que se empezaron a revalorizar textos que hablaban del Estado mínimo, de la importancia del capital financiero, de la restricción de impuestos a los más ricos, de desregulaciones y liquidación del Estado de Bienestar.

La estrategia utilizada por la dictadura fue abrir la economía a las importaciones industriales de otros países, reprimarizar la economía, deslocalizar industrias (muchas de ellas se fueron a Brasil), valorizar la especulación financiera, la apropiación y el saqueo de los bienes naturales. Todo el arsenal represivo dirigido contra los trabajadores fue funcional a provocar cambios estructurales, donde la clase trabajadora dejó de valorarse como consumidora del mercado interno, para ser reducida a un costo. Esa es la última explicación del desconocimiento de la legislación laboral, la intervención de los Sindicatos y la persecución al activismo obrero.

En el apogeo del neoliberalismo, finales de los 8 y principios de los 90, ideólogos como Milton Friedman se animaron a pronosticar “el fin de la historia”, pero en la medida en que cambió el contexto, la solidaridad capitalista perdió cohesión y empezaron a manifestarse fisuras entre distintos bloques, por la disputa de mercados y bienes desde Japón y la Unión Europea liderada por Alemania, pero después surgieron los BRICS, que hoy compiten de igual a igual con el conjunto de las potencias occidentales agrupadas en el G7. Quien impulsó esta nueva competencia fue el crecimiento de China, con una fuerte política de inversiones externas que profundizan la dependencia y la primarización de las economías, pero no necesariamente suponen un aumento de la subordinación políticas o promueven cambios de regímenes con sanciones económicas o agresiones militaristas.

El proceso de globalización liderado por Estados Unidos, principal potencia y gendarme mundial, duró menos que otros imperios y en la actualidad asistimos a la emergencia de un mundo multipolar, donde se ponen en cuestión la hegemonía del dólar, y donde nuevos bloques de países como los que conforman el BRICS, empiezan a dominar el comercio mundial y ponen en cuestión el “orden basado en reglas” impuesto por la hegemonía estadounidense. El actual gobierno de Biden, que ha conseguido subordinar a Europa y hacerle pagar los mayores costos de la Guerra de Ucrania, expresa el último manotazo para mantener esta globalización moribunda, que ya no tiene siquiera consenso en el propio Estados Unidos.

Democracia liberal y deuda externa

La dominación neoliberal estuvo asociada en América Latina primero a golpes militares, que, barriendo con toda la institucionalidad vigente, y ahogando a sangre y fuego toda forma de resistencia popular, provocaron cambios estructurales en las economías de los países, en la conformación de las clases sociales y redefinieron el papel del Estado. Posteriormente la dominación neoliberal se ejerció mediante gobiernos civiles que sucedieron a las dictaduras y que gestionaron formas de democracia amañadas y fuertemente condicionadas por las herencias recibidas.

La democracia institucional “donde los pueblos no deliberan ni gobiernan, sino a través de sus representantes”, ya había tenido fuertes cuestionamientos en las décadas del 60 y principios del 70. El Mayo Francés de 1968 planteó una fuerte impugnación a la democracia representativa o burguesa. La búsqueda de superación de estas críticas a las “democracias representativas burguesas” estuvieron presentes en el experimento libio de orientación socialista liderado por Muhamar Gadafi, que intentó instalar un gobierno sustentado en la democracia directa. Este experimento social que consiguió avances importantes en los primeros 20 años fue muy afectado por la soledad que le impuso el apogeo del neoliberalismo, y empezó a cambiar de orientación tratando de sobrevivir. Estando ya desvirtuado, fue aplastado por una rebelión interna apoyada por las tropas de la OTAN.

En la Argentina, las limitaciones de la democracia representativa instaurada por la constitución de 1853, agregaron, entre 1955 y 1972, el condimento de la proscripción de su principal fuerza política: el peronismo. El golpe militar de la dictadura del 76 clausuró todos los mecanismos democráticos institucionales, con excepción del Poder Judicial que se limitó a justificar los atropellos producidos.

La democracia emergente post-dictadura arrancó un escalón más abajo, tutelada por el poder de los militares que habían regresado a los cuarteles, pero se mantenían al acecho y por una cuantiosa deuda externa, heredada de la gestión dictatorial.

La gestión del gobierno de Raúl Alfonsín, se asentó en el impulso progresista de las clases medias y con las limitaciones de la UCR, que había colaborado con la dictadura aportándole 233 intendentes, y navegó entre esos dos escollos. Por un lado, su primer ministro de economía, Bernardo Grispun, intentó bicicletear los pagos al FMI, y por otro, el gobierno tuvo la iniciativa de enjuiciar a los Comandantes de las Juntas Militares. Los intentos democratizadores duraron poco y al final el gobierno debíaió irse antes de tiempo, negociando con los militares las leyes de obediencia debida y el punto final, lastimado por la hiperinflación y demolido por un golpe de mercado. La ilusión que con la democracia se come, se educa y se cura, tuvo un primer tropiezo en el gobierno de Alfonsín que después de un golpe de mercado terminó duplicando la indigencia que dejaron los militares. La dictadura militar de Videla había recibido del gobierno constitucional peronista una indigencia del 2% y la triplicó llevándola al 7%. Alfonsín se fue del gobierno con un 15% de indigencia.

Los gobiernos de Menem y De la Rúa, ni siquiera se plantearon ejercer alguna resistencia al nuevo orden internacional y se subieron al carro liderado por Estados Unidos. En el colmo de la obsecuencia, Menen mandó dos buques para combatir en la Guerra del Golfo, junto a las fuerzas de la OTAN. Las políticas de privatización de empresas públicas, concedidas tímidamente por Alfonsín, se aplicaron a mansalva y la política de promoción de la especulación financiera, durante la famosa “convertibilidad”, ahogó toda inversión productiva. El resultado fue el despojo de activos públicos, un acelerado proceso de desindustrialización, una desocupación de dos dígitos y una de deuda interna que se convirtió cada vez más en impagable. La gestión del ministro de economía Domingo Cavallo, que ya había sido funcionario de la dictadura y fue el ministro estrella de los gobiernos de Menem y De la Rúa, ilustra la continuidad de un modelo que terminó estallando en diciembre de 2001, con una gran rebelión popular, cuyo principal epicentro fue Buenos Aires.

La rebelión de 2001 no fue capitalizada por las fuerzas sociales que protagonizaron la rebelión pero algunas de sus demandas fueron reconocidas por los gobiernos kirchneristas que la sucedieron. Esta orientación política, surgida del Partido justicialista que había acompañado al menemismo, tuvo la flexibilidad suficiente para entender que la nueva gobernabilidad exigía desescalar el conflicto social. La prosecución de los juicios a los militares genocidas, el impulso a políticas industrialistas y de creación de empleo, el reconocimiento de reivindicaciones de género y las iniciativas compensatorias como reconocimiento a las víctimas de la dictadura y la posibilidad que quienes habían trabajado en negro accediesen a una jubilación, posibilitaron avances en el plano de reconocer derechos. Esta ampliación de derechos estuvo acompañada por la continuidad y profundización de la flexibilización laboral y el desarrollo de políticas que, por ejemplo duplicaron la sojización del país. extractivistas. Algunas de estas continuidades justificadas por “la relación de fuerzas”, fueron favorecidas por la escasa vocación del gobierno de promover el protagonismo popular. El kirchnerismo invirtió un esfuerzo particular en “sacar a la gente de la calle”, tratando de recuperar la dañada institucionalidad democrática y promoviendo subordinar la movilización a las directivas de la casa Rosada, que casi nunca encontraban el momento oportuno para que se expresara.

Las debilidades de la administración kirchnerista, que combinaba neodesarrollismo en lo económico, con algunos gestos de autonomía en el plano internacional y de reivindicación del imaginario nacional y popular, quedaron plasmadas en el hecho que después de 12 años de gestión no pudieron apuntalar un modelo diferente. En las elecciones presidenciales de 2015 apostaron a un candidato neoliberal, Daniel Scioli, que fue derrotado por otro neoliberal, Mauricio Macri. El perfil político de Scioli, hoy funcionario de Milei, es demasiado conocido para hacer comentarios.

La administración macrista profundizó el sesgo neoliberal, abonando a un fuerte aumento de la deuda externa, promoviendo la ganancia de capitales especulativos que se fugaron meses antes del cambio de gobierno.

Como ocurrió con De La Rúa en relación a Menem, el gobierno del liberal progresista Alberto Fernández, llegó para escriturar todo lo actuado por el anterior gobierno, incluido legalizar la estafa del FMI. El enfrentamiento a la pandemia con un eficiente plan de vacunación y la legalización del aborto legal, público y gratuito, no fueron suficientes, para cambiar la percepción popular de que los logros de la recuperación económica no llegaban a los más desfavorecidos. Durante el gobierno de Alberto Fernández aumentó en 5,2% la pobreza y en 1% la indigencia, empeorando los números que dejó Macri. Se ha alegado que el gobierno de Fernández tuvo grandes dificultades como la pandemia y la guerra de Ucrania, sin embargo es ilustrativo compararlo con el gobierno mexicano de López Obrador, con que alguna vez compartieron el grupo de Puebla, que transitó por los mismos eventos internacionales, pero redujo la pobreza en un 5,6%.

La crisis política planteada en los meses finales de la gestión de Fernández, con una impugnación mayoritaria a la clase política y a las versiones degradadas de la democracia representativa que gobernaron al país en los últimos 8 años, encontró un canal de repudio movilizado por el conservadurismo de ultraderecha. Estas fuerzas políticas lideradas por Javier Milei, deslindaron de toda responsabilidad a los empresarios por la crisis del país y culparon al Estado y a “la casta política” de todos los males.

Durante el gobierno de Alberto Fernández los grandes poderes capitalistas, desplegaron las tres armas fundamentales que permiten controlar en la actualidad a los gobiernos: la deuda externa, la intervención de un poder judicial fuertemente infiltrado por la derecha, y la inclusión de un ejercito de influencer y trolls que operan desde las redes sociales para manipular la información y la opinión publica. En el caso de la intervención de un poder judicial amañado, el caso más resonante fue el de la persecución a Cristina Kirchner, pero es de la misma factura la actual persecución al dirigente piquetero “Chiquito” Belliboni, como lo es también el hecho de que al principal candidato presidenciable de la izquierda en Chile, Daniel Jadue, lo hayan metido preso.

Los cambios del discurso de la derecha, expresan un reacomodamiento ante la evidencia que el neoliberalismo no puede mostrar logros que validen palabras como democracia, capitalismo, competencia, individualismo. Su estrategia ahora es canalizar los resentimientos acumulados por los fracasos populares culpando a minorías vulnerables: planeros, mapuches, migrantes de países limítrofes, diversidades sexuales, etc.

La ultraderecha capitalizó la retracción de la participación popular impulsada por el gobierno de Fernández, pero también desde el kirchnerismo que impulso quedarse en casa esperando que los grandes dirigentes políticos dieran las instrucciones y pusieran fecha, horario y motivo para movilizarse. En los últimos tiempos del gobierno de Alberto Fernández, esa pasividad fue aprovechada para que, desde las redes sociales, influencers y trolls, interpretaran lo que estaba sucediendo y caracterizaran responsabilidades, enemigos a combatir, e ideas y personas contra los que dirigir el odio y la frustración.

La derecha se adelantó en desarrollar estrategias de manipulación mediática, que empezaron a operar sobre jóvenes desmovilizados, que han sido impactados por las nuevas tecnologías que los van convirtiendo en analfabetos funcionales, despojados de toda capacidad de pensamiento crítico. La democracia representativa institucional, para la nueva derecha, deja de ser un mecanismo de dominación legitimado, para convertirse en un estorbo a sus planes de acelerar la acumulación del capital. Los DNU de Milei, son representativos de una decisión expresa de violentar principios institucionales básicos como son la división de poderes.

Si pensamos en términos de empobrecimiento de la democracia como vehículo del protagonismo popular, lo que vemos en la Argentina son etapas diferentes:

En los primeros gobiernos un proceso donde el voto popular es tutelado por fuerzas que lo amenazan y condicionan fácilmente identificables (los militares y el FMI).

Posteriormente gobiernos que reconoce algunos reclamos populares pero que desmovilizan, manipulan y ponen límites a las aspiraciones populares, aduciendo que no dan las “relaciones de fuerza”
Finalmente un gobierno que interfiere directamente en las aspiraciones populares, canalizando rebeldías para exigir mayor desregulación, menos límites al poder del capital.

Esa distorsión absoluta de las aspiraciones populares, tiene un antecedente histórico en un hecho ocurrido en 1823, cuando el pueblo de Madrid recibió a Fernando VII, reinstaurado como Rey por los franceses, al grito de “Vivan las Cadenas”, para oponerse al avance de medidas antimonárquicas. Como también demuestra este antecedente histórico, más allá de euforias circunstanciales, Fernando VII pasó a la historia como uno de los reyes más aborrecidos por el pueblo español. La historia sigue siendo la historia de las luchas de clases y ningún avance de un término de esa contradicción termina siendo definitivo.

Genocidios

En la Argentina empezamos a hablar de genocidio cuando le quisimos poner nombre a los asesinatos cometidos por la dictadura militar de 1976. Sin embargo, el régimen militar que asoló al país entre 1976 y 1983 no inventó nada nada nuevo.

Si la Nación Argentina emergió en las luchas por la Independencia, e hizo conocer su identidad en los campos de batalla que completaron la liberación americana, no es menos cierto que el Estado Nacional Argentino, tal como hoy lo conocemos, se forjó sobre las tumbas de dos genocidios y grandes represiones internas.

El primero, fue el genocidio del pueblo paraguayo que fue ejecutado entre 1864 y 1870, por los ejércitos de Mitre que fueron parte de la Triple Alianza junto a Uruguay y el Imperio del Brasil. Esta alianza funesta, fue responsable de la eliminación física de las 4/5 partes de la población masculina de ese país y de arrasar con el proyecto soberano más avanzado de América Latina.

El segundo genocidio fue el cometido contra los pueblos originarios que se inició con la denominada Campaña del Desierto entre 1878 y 1885, que eliminó la casi totalidad de la población indígena que habitaba en la Patagonia (alrededor de 30.000 personas) y que se continuo con las campañas en el Gran Chaco entre 1870 y 1930, donde se invadieron territorios a los pueblos originarios Qom, Pilagas, Wichis y Mocovíes . Sobre las campañas militares contra los pueblos originarios parecen suficiente las definiciones del Senador Aristóbulo del Valle, que fue uno de los fundadores de la Unión Cívica Radical: “Hemos reproducido las escenas bárbaras, -no tienen otro nombre- las escenas bárbaras de que ha sido teatro el mundo, mientras ha existido el comercio civil, de los esclavos. Hemos tomado familias de los indios salvajes, las hemos traído a este centro de civilización, donde todos los derechos parece que debieran encontrar garantías, y no hemos respetado en estas familias ninguno de los derechos que pertenecen, no ya al hombre civilizado, sino al ser humano: al hombre lo hemos esclavizado, a la mujer la hemos prostituido; al niño lo hemos arrancado del seno de la madre, al anciano lo hemos llevado a servir como esclavo a cualquier parte; en una palabra, hemos desconocido y hemos violado todas las leyes que gobiernan las acciones morales del hombre”.

En el caso de la avanzada contra los pueblos que habitaban la Patagonia y La Pampa, la solución encontrada fue erradicarlos de los territorios confinándolos en campos de concentración, como fue la Isla Martin García, donde fueron recluidos entre 1872 y 1876, no menos de 3000 originarios. La “limpieza étnica” del territorio sur, realizada por el ejército fue completada más al sur en los territorios de Santa Cruz y Tierra del Fuego, por las compañías inglesas que pagaban a los cazadores por la oreja de indio, como lo hacían por los cueros de animales salvajes. Y, según testimonios de la época: debido a la frecuente aparición de indios sin orejas, empezaron a pagar por testículos de indios.

El general Roca intento justificar el genocidio originario, como la obra de un gobierno que se asumía como intérprete y continuador del espíritu de la Revolución de Mayo. Demoró el ingreso de sus tropas a Choele Choele en 1879, para ingresar el 25 de mayo, y así celebrar “el dominio de la civilización frente a la barbarie”.

La historia que escribieron los genocidas, falsearon hechos incontrastables sobre el nacimiento de la nación Argentina, que tiene como antecedente a las guerras guaraníticas y a la insurrección de Tupac Amaru, y que se inició en mayo de 1810 con una junta de gobierno con fuerte presencia de dirigentes indigenistas como Moreno, Belgrano y Castelli. Y que, además, se sostuvo con la frontera norte custodiada por los caciques altoperuanos que acompañaron a Güemes, y que detuvieron el avance del imperio portugués con las milicias guaraníes y charrúas que acompañaron a Artigas.

La historia del último genocidio es más reciente y conocida. Los crímenes se iniciaron durante los gobiernos de Juan e Isabel Perón, con la actividad de la triple A, que fueron responsables de 3000 asesinatos, pero tuvieron su apogeo durante la dictadura militar con miles de asesinados, detenidos y exilados, y la cifra de 30.000 desaparecidos y desaparecidas. En la Argentina funcionaron durante la última dictadura, 664 Centros Clandestinos de Detención, tortura y exterminio, que muestran estadísticas que resultan pavorosas: por la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), a cargo de la Marina, pasaron 5000 detenidos-desaparecidos y solo sobrevivieron 200.

El genocidio se propuso quebrar el avance revolucionario que se desarrollaba en el pueblo argentino, que había protagonizado grandes puebladas como los Cordobazos, los Rosariazos y los Tucumanazos, que había alcanzado su pico histórico de luchas obreras en los años 74-75, con experiencias de control obrero de la producción y desarrollo de formas organizativas no controladas por la burocracia sindical, y que había nutrido importantes organizaciones insurreccionales armadas y no armadas, con un proyecto socialista.

En la principal fuerza política, la muerte de su líder histórico, Juan Domingo Perón, abría interrogantes sobre el destino de su herencia política, con fuertes confrontaciones entre quienes gobernaban y promovían seguir conciliando con el capitalismo y quienes, desde el llano, planteaban nuevos horizontes emancipatorios. Recordemos que Perón había alentado desde el exilio las movilizaciones populares e incluso a las organizaciones armadas, pero, ya instalado en el gobierno mandó a reprimirlas.

Las clases dominantes argentinas, atemorizadas por el avance popular, se aferraron a la represión abierta y a las concepciones neoliberales que significaban abandonar toda ilusión industrialista. El proyecto de la Argentina Potencia propuesto por Perón proponía un desarrollo de las fuerzas productivas para abastecer a un creciente mercado interno, pero también a la exportación, un capitalismo capitaneada por un audaz burgués nacional vinculado a la industria del aluminio, como era José Ber Gelbard. Este proyecto fue desplazado por la nueva orientación impulsada por la dictadura, que retrotraía la economía del país al proyecto agroexportador de principios del siglo XX. Los sueños de un “capitalismo para todos”, encontraron el obstáculo de una clase obrera sumamente rebelde y sindicalizada, que exigía mayores salarios, pero además empezaba a cuestionar la explotación.

El genocidio fue la respuesta a los trabajadores y a las organizaciones populares que se animaron a cuestionar el sistema capitalista, pero también la condición para provocar grandes transformaciones en la estructura productiva del país. El descabezamiento del activismo sindical fue la condición previa para reducir salarios, cerrar y deslocalizar industrias, flexibilizar condiciones de trabajo y aumentar el número de desocupados. Aun así, la clase trabajadora continuó resistiendo como lo demuestran la importante cantidad de conflictos obreros que se produjeron en 1979, y los posteriores paros y movilizaciones convocados por la CGT Brasil.

En el balance debemos considerar que el mensaje pedagógico de la dictadura tratando de lastimar la solidaridad popular y rompiendo el tejido comunitario social consiguió muchos de sus objetivos. Lo más granado del activismo obrero quedó fuera de las fábricas, se fortaleció el poder de los aparatos burocráticos sobrevivientes y las nuevas camadas de trabajadores que ingresaron a las empresas, no contaron con la experiencia de los veteranos activistas para orientarlos. Se produjo una reducción, pero también una selección negativa dentro de los trabajadores, beneficiando a los trabajadores más dóciles, más atrasados políticamente y con menos experiencia sindical.

En la actualidad, la palabra genocidio ha vuelto a la portada de todos los medios, por los crímenes que está cometiendo el Estado Sionista de Israel contra el pueblo palestino. Como ocurrió con la experiencia Argentina, la apelación al genocidio es el último recurso de poderes coloniales para tratar de quebrar la voluntad de un pueblo que reafirma su soberanía y su derecho a elegir como quiere vivir en su propio territorio.

En los últimos años, distintos autores han llamado la atención sobre nuevas formas de genocidio que no tienen la espectacularidad de las masacres en el Paraguay, las campañas militares de Roca, o los bombardeos israelíes en la Franja de Gaza. Hacen referencia a las muertes evitables que se producen cotidianamente en pueblos sometidos a condiciones muy limitadas de existencia. Y para ellos utilizan la expresión: genocidio por goteo.

Genocidio por goteo es el que se produce actualmente en la Argentina donde cada diez habitantes, seis son pobres y dos indigentes. Es el que se produce cuando miles de argentinos viven en la calle y llegan temperaturas invernales. El que afecta a chicos desnutridos, que después fallecen con diagnósticos de diarrea, bronquitis, o gripe.

La excepcionalidad de América Latina

La historia de América Latina de los últimos veinte años ha estado signada por luchas populares en casi todos los países del continente y distintas etapas que puedan caracterizarse en distintos momentos.

En los primeros años del nuevo siglo hubo grandes movilizaciones populares que favorecieron que fuerzas progresistas lleguen a controlar gobiernos, y que, con un fuerte empuje de las expresiones más radicales, dieran una batalla común contra el imperio estadounidense, con el No al Alca.

En la segunda década se transitó un momento de reflujo con triunfos conservadores en la Argentina, Brasil y un golpe militar en Bolivia. Pero desde el final de la segunda década hasta el presente hay una recuperación de luchas populares en Ecuador, Colombia, Honduras, Guatemala, Panamá, Perú, Bolivia y Haití. En algunos países esas luchas contribuyen a la llegada de nuevas fuerzas progresistas a los gobiernos, es el caso de Colombia, Honduras, Guatemala y el retorno de Bolivia. En otros países con menos lucha previa, el fracaso de los gobiernos neoliberales, permiten el regreso de Lula, el triunfo de López Obrador y de Alberto Fernández.

La experiencia de Alberto Fernández es un fiasco, y posibilita que la ultraderecha se ofrezca como opción de cambio, pero no sucedió lo mismo en México, donde Claudia Sheinbaulm, mejoró los números de López Obrador y todavía es temprano para hacer un pronóstico sobre Brasil.

Lo más saliente de Latinoamérica es que como decimos en muchos deportes: todavía estamos en partido. No hay otro lugar en el mundo con luchas sociales tan contundentes o centrales sindicales que tengan capacidad de parar un país.

La realidad de América Latina, que incluye necesariamente el protagonismo popular nos permite proponer que las contradicciones mundiales no se reducen, como bien apunta Claudio Katz, a las disputas entre un capitalismo unipolar y un capitalismo multipolar. Que hay una posibilidad de proponer un mundo pluripolar que incluya un polo con un horizonte socialista, tal como lo propugnaba Chávez.

Desde una perspectiva latinoamericana, seguramente son reivindicable los BRICS, porque quitando espacio a la hegemonía absoluta del imperio norteamericano, abren fisuras por donde pueden colarse procesos soberanos y revolucionarios. Debemos recordar que la mas importantes revoluciones se produjeron durante momentos históricos donde las pujas intercapitalistas que se expresaban en guerras mundiales, o en apogeo de la guerra fría, que abrían fisuras que facilitaban la emergencias de nuevas propuestas civilizatorias.

La posibilidad de un mundo más habitable solo puede tener perspectiva si está presente una alternativa socialista y si hay protagonismo de los pueblos. En el caso de China que despunta como el futuro hegemón mundial, resulta interesantes repasar la sugerencia que hace Claudio Katz. La única alternativa que actualmente parece viable es que los países se agrupen para encarar negociaciones conjuntas con el gobierno chino.

La Argentina: complejidad y exageraciones

La Argentina es una realidad políticamente compleja, que suele sorprendernos por sus exageraciones, pero que, observada en el tiempo mantiene algunas continuidades que me parece importante reseñar.

– Es un país que sigue dependiendo para la provisión de divisas de su producción agropecuarias, que en los últimos años se ha visto afectada por las limitaciones que le impone el modelo productivo adoptado, agravadas por el cambio climático.

– Tenemos una economía que compite con Estados Unidos por su capacidad de producir alimentos, pero también por sus reservas de energías y que puede ser complementaria con los países del BRICS. De hecho son los clientes principales de nuestras exportaciones.

– Padece una fuerte deslegitimación de su institucionalidad, y de la clase política dirigencial que se canalizo en la rebelión popular de 2001, y fue capitalizada por derecha en 2023 por el ascenso de Milei.

– Sigue siendo el país más sindicalizado de América Latina y uno de los que tiene mayor experiencia de lucha gremial y territorial del continente.

– Su economía está fuertemente condicionada por una ilegal deuda externa, legalizada por diferentes gobiernos, que no solo es una estafa, sino que también es impagable. Esta imposición externa actúa como un corset, que impide conciliar su pago, con la posibilidad de redistribución de los ingresos, y el sostenimiento de los restos del estado de bienestar.

– Después de la dictadura militar, trató de imponer en tres oportunidades el proyecto neoliberal (con Menem-De la Rúa, con Macri y ahora con Milei), pero con fuerte resistencia de sectores gremiales y territoriales que le impiden consolidarse. Esta última iniciativa que promueve Milei, hace patente el fracaso de la política y promueve la gestión directa de un puñado de grandes empresarios que determinan no solo los programas de reformas, sino los tiempos de ejecución. La complejidad de la Argentina, exige mucho más que decisiones empresariales, para poder garantizar la continuidad de un proyecto político en el tiempo.

– La manipulación mediática promovida desde las redes sociales por un ejército de influencers y trolls, es mucho más potente que la que ejercían los medios de comunicación del siglo XX. Las nuevas tecologías hacen más vulnerables a sus consumidores que empiezan a preferir la respuesta inmediata, aunque sea falsa, en vez de aquellas que obligan a la reflexión y promueven el pensamiento crítico. La operación malintencionada de estas teconologias, crean burbujas de consumidores que son sometidos a una fuerte presión mental y psicológica, que le impiden evadir corralitos informativos, donde las noticias falsas y la post-verdad, condicionan su percepción de la realidad.

– El movimiento popular no ha encontrado por el momento un proyecto alternativo capaz conciliar la historia, la memoria política y la comunicación de nuestro pueblo, con un programa que vincule la recuperación de la soberanía con transformaciones radicales.

– Esta ubicada en Nuestra America, el lugar en el mundo con mayores esperanzas revolucionarias.

A modo de autocrítica

Las ilusiones del progresismo de poder sortear las imposiciones de la deuda externa, conciliar con grandes grupos económicos locales y promover una mayor distribución del ingreso que permita contener a millones que se caen del sistema, han demostrado sus limitaciones. La manta es corta, y si nos tapamos la cabeza, dejamos los pies afuera.

El viraje de la izquierda hacia formas organizativas laxas, mas parecidas a redes difusas y diversas, no jerárquicas, no ha demostrado eficacia alguna para combatir a poderes cada vez más integrados a una guerra híbrida contra los trabajadores y los pueblos que aspiran a mayor democracia y mayor soberanía nacional.

La onegeización y todas las formas de estatización de la política, incluido el electoralismo, no construyen poder popular sino terminan aumentando la dependencia de un Estado al que se dice abominar.

La necesaria autonomía política de un proyecto transformador solo se puede construir comunitariamente y desde los trabajadores, desde lo local y lo nacional, pero con una mirada que vaya más allá de nuestras fronteras, porque querámoslo o no, somos parte de un país integrado a un tablero regional y mundial, donde se toman decisiones a favor o en contra de restringir nuestra soberanía.

Seguramente resulta desagradable escucharlo, pero para quienes desde hace años seguimos apostando a proyectos de transformación social, debemos reconocer que el neoliberalismo no nos pasó por debajo de la mesa. Si el reconocimiento de lo local y de lo diversos son puntos de partida para avanzar hacía síntesis más completas, la exaltación del localismo y de la diversidad, ha sido una de nuestras principales limitaciones. Si nos quedamos solo en lo local y lo diverso no podemos ir más allá el reformismo.

Las causas sociales y políticas se valoran cuando son parte de un proyecto político común que se propone transformar sociedad. Debemos hacer un esfuerzo por valorizar todo lo que nos une, de respetar todas las luchas, incluídas las que no participamos y de hacernos cargo que en esta Argentina compleja, si no es mucho lo que podemos ofrecer y mostrar, somos parte de un gran rompecabeza popular. Encontrar las formas, con paciencia, constancia y eficacia revolucionaria, de convertir esas piezas fragmentadas en un proyecto de poder, con un programa alternativo soberano y revolucionario, es nuestro mayor desafío.

 

Fuente: contrahegemoniaweb.com.ar

 

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