La Salida

Desde la más remota antigüedad, la forma de salir de una situación embarazosa ha sido motivo de profundas cavilaciones.

Si nos atenemos a la mitología, sin ir más lejos, podemos plantear la lucha de Teseo contra el Minotauro (el monstruo con cuerpo humano y cabeza de toro) al que enfrenta en su laberinto gracias a los buenos oficios de Ariadna.

Más recientemente se suele decir que de los laberintos se sale por arriba, quizá para evitar hacerlo por derecha o por izquierda, esas direcciones que orientan el pensamiento occidental desde aquellos lejanos años de la Revolución Francesa.

Y hoy somos muchos quienes nos preguntamos como resolver este laberinto creado con relación al futuro de nuestro país.

Argentina, pese a su enorme diferenciación histórica con América Latina, ha terminado siguiendo el camino de nuestra Patria Grande.

Intentó llevar a cabo esa diferenciación en un proyecto criminal de su clase dirigente decidida a liquidar los pueblos originarios que la habitaban y, de hecho, los reemplazó con blancos venidos de los barcos desde latitudes lejanas, con enorme predominio de españoles e italianos. Soy descendiente de estos últimos, es decir soy usufructuario del plan criminal, pero no niego mis raíces, sé de donde vengo.

Esa clase dirigente, dueña entonces de la tierra, hoy sigue siendo propietaria de la misma.

El proyecto económico llevado a cabo en conjunto con el Imperio Británico fue desarticulado por la caducidad de aquel plan imperial pero el grupo social dominante nativo mantuvo (y mantiene) el rol preponderante en la propiedad de esas tierras.

Así, después de la instauración radical (1916) no dudaron en regresar en el golpe restaurador de 1930 y luego del interregno peronista (1946), en 1955 todo el odio acumulado se evidenció en la Contrarevolución de aquel año.

No quisiera invocar en este trabajo, que aspira a unir a nuestros hombres y mujeres, las acciones criminales llevadas a cabo contra el Pueblo, pero ante la falta de memoria de la sociedad es inevitable hacer un mínimo inventario de las más significativas agresiones padecidas a partir del siglo XX:
– las represiones obreras que culminaron con la semana trágica en los talleres Vasena en 1918;
– las masacres llevadas a cabo durante la llamada Patagonia trágica en 1921 y 1922;
– la masacre de Napalpí, Chaco, en 1924, con cuatrocientos veintitrés muertos de los pueblos Qom y Moquoit,
– las acciones represivas de distinta índole contra dirigentes políticos en la década infame (1930);
– la masacre de Rincón Bomba, en 1947, Formosa, donde fueron entre setecientos cincuenta y mil integrantes del pueblo Pilagá;
– las bombas sobre el público en la concentración popular realizada en el mes de abril de 1953 en la Plaza de Mayo;
– el bombardeo de la aviación el 16 de junio de 1955 sobre la Casa Rosada y la Plaza de Mayo con más de trescientos muertos, casi ocultados por el propio gobierno popular;
– los fusilamientos en respuesta al intento revolucionario de junio de 1956;
– los asesinatos de Trelew en agosto de 1972;
– la masacre de Ezeiza, en oportunidad del regreso definitivo de Perón al país y que marcaría el inicio del ciclo maldito de la Triple A.
– los crímenes del terrorismo de estado, entre 1976 y 1982…

La enumeración es horrible (pero seguramente incompleta) y siempre, ¡siempre!, los muertos los puso el sector más desprotegido de nuestra sociedad.

Gran parte de estos hechos resultan desconocidos por la ciudadanía, no se relatan en los cursos de historia de nuestras escuelas, casi no se mencionan en las efemérides, por lo general no merecen la recordación.

Quienes los ejecutaron y sus beneficiarios prefieren dar vuelta la hoja y desean evitar su divulgación: han sido sumidos en un trabajoso ocultamiento para evitar su necesaria presencia en la memoria del Pueblo…

Desdichados los Pueblos que no disponen de herramientas para develar su pasado.

Ese destino es extensivo al desconocimiento de su historia: ello les impide sacar conclusiones de sus éxitos y encontrar las razones de sus derrotas.

Y también desdichados los pueblos que no logran aunar sus esfuerzos para ser capaces de emprender su camino de grandeza.

Hay lugares sobre la tierra que han sido bendecidos por enormes ventajas naturales. Otros no han tenido tal dicha. Argentina se encuentra entre los primeros por su extensión, la diversidad de sus climas, su fértil tierra, el enorme litoral marítimo, la riqueza minera, su dotación de agua potable, un pueblo laborioso y predispuesto a mejorar su vida. Y si esto fuera poco, a pesar de ser un crisol de razas tener una buena predisposición para convivir en paz.

No es poca cosa.

Y, sin embargo, es paradojal que tantas posibilidades no hayan contribuido a generar la grandeza del país de los argentinos.

Lo que más contribuyó a esta frustración ha sido el mensaje de odio que nos ha dividido a lo largo de nuestra historia: la lucha fraticida a lo largo del siglo XIX, los enfrentamientos entre conservadores y radicales a fines de dicho siglo y a principios del siglo XX, los desencuentros luego de 1945 entre peronistas y opositores, la lucha cruel por imposición de modelos de desarrollo económico totalmente contrapuestos más tarde, han potenciado una cultura confrontativa y la exaltación del odio que ha sido impuesto para dividir a nuestro Pueblo.

Porque es indispensable reconocer que argentinos somos todos: unitarios y federales, oligarcas y radicales, peronistas y gorilas… mal que nos pese.

Porque el crucial momento que vivimos nos impone la unidad por encima de cualquier otra iniciativa política. No hay salida para el país sin esa imprescindible unidad, única fuente de sabiduría que podría posibilitar salir del laberinto. Por izquierda, por derecha, por arriba o por abajo. ¡Por donde sea! Salir de esta basura, ¡pero unidos!

Si aceptamos que debemos preservar la continuidad de la Nación, si decimos que es indispensable encausar su destino con la participación de todos sus hijos (y no con la eliminación de un sector), si nos proponemos asegurar nuestro desarrollo como país independiente y soberano no podemos hacer otra cosa que sentarnos en una enorme mesa de consenso y negociación donde se depongan los malos aires y se restaure el diálogo entre hermanos.

Ese diálogo no deberá omitir los ominosos hechos que han contribuido a separarnos: yo no olvidaré mis muertos en el bombardeo de Plaza de Mayo y quien se siente frente a mi recordará la quema de las iglesias esa misma noche; yo no dejaré de denunciar a la mal llamada Revolución Libertadora y alguien me recriminará el “5 a 1” proclamado por Perón el 31 de agosto; yo defenderé mis ideas de “Memoria, Verdad y Justicia” y exigiré la vigencia del “Nunca Más” y no faltará quien quiera reivindicar a algún militar caído en los enfrentamientos armados de los años setenta…

Pero debemos sentarnos a dialogar. Es casi lo que no hemos hecho hasta ahora.

Yo no renuncio a mis convicciones profundas y no quiero que quien comparta el diálogo lo haga, pero la Patria está en riesgo y exige que nos reunamos.

Y que marchemos juntos en su defensa.

Ahí está el gran desafío: ver de que medios, de que herramientas, de que sentimientos (especialmente de que sentimientos) nos valemos para protegerla… ¡Juntos!

 

28-09-2024

 

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