Historias paralelas

Por los años 80 del siglo pasado gente amiga me habló de una pizzería tradicional, en San Telmo, para comer de “dorapa”, en Defensa casi esquina Independencia. La pizza era muy buena y la fugazza rellena fuera de serie, agregaron. En mis andares por esa zona de Buenos Aires, cerca del medio día, siempre estaba cerrada.

Bastante tiempo después, otra gente amiga me envió un recado desde La Habana para entregar justamente en la calle Defensa e invitado a cenar un viernes a la noche en pleno Centro, al transitar por esa calle advertí que “Pirilo” (así se llamaba el lugar) ¡estaba abierta!

Imposible resistir a la tentación: paré en ella, a falta de fugazza (no había salido) comí dos porciones de mozzarella, un moscato y seguí viaje, previo tomar conocimiento que al mediodía iniciaba sus actividades cerca de las 13:30.

Después de esa experiencia me convertí en un asiduo concurrente de “Pirilo” y un tiempo después pasé a integrar la secta que presidía Carlos (un abogado de Edesur) e integraban -entre otros- Pablo (artista plástico), Henry (publicista), Cristian “El salteño” (agrónomo en SENASA), Daniel (otro funcionario de Edesur), Gustavo “El Colo” (economista del IERIC), Oleg (periodista), Jorge (también funcionario del IERIC) y el “Mono” Izarrualde (prócer de la música nacional).

PiriloEran los tiempos locos de vigencia de los “patacones” y otros seudopesos que permitían la sobrevivencia y cuando al cabo de la consumición del día la “Piru” (que atendía el turno diario de la pizzería) tenía que dar el vuelto había que esperar alguna recaudación que lo permitiera.

Los años no han pasado en vano. Algunos de los miembros de la Logia ya no están y en el caso de uno de ellos, Pablo, terminó siendo el titular del Atellier Bertuzzi, en pleno puerto Madero. ¿Qué tal Pablito?

Más o menos por los mismos años, un amigo de toda la vida, Rafael, me presentó por razones profesionales a Fernando Prada Cárdenas, un pintor boliviano, largamente arraigado en nuestro país, a quien conocía por sus pinturas. A sus majestuosas reproducciones del paisaje del altiplano, ámbito bello pero que puede ser hostil por lo solitario, solía agregarle uno o un par de personajes de aquellas zonas, casi mimetizados en esa misma soledad.

Fernando era un profundo conocedor de las culturas bolivianas, dominaba sus distintos idiomas y sabía, merced a la experiencia materna, de las maravillas culinarias de Cochabamba. Y, además era hábil y pícaro, como corresponde a los fenicios de América. Por tal razón primero nos invitó a comer en su atelier, donde preparó un chicharrón (pechito de cerdo con manta hecho en su propia grasa) acompañado por mote (maíz hervido) y llajwa (tomate fresco mezclado con locoto). Una vez que apreció que no le hacía asco al picante, que me agradaba el mote y me encantaba el chicharrón debió considerar que estaba en condiciones de acceder a los almuerzos de los jueves en “Vavi Zacli”, como se llamaba el bodegón sobre la calle Corrientes donde se reunía con sus paisanos y algún que otro forastero, como empezó a ser mi caso y continuó siendo el de Rafael.

Vavi Zacli 23-12-03En ese lugar el menú se enriqueció con las sopas bolivianas (no debes dejar de conocer la de maní), el fricasé, las salteñas y otros sabores. Y el círculo de amigos se amplió a Eva (su esposa), Ponciano Cárdenas (tío materno de Fernando, un nombre mayor en las artes plásticas), Pastor (también pintor), Héctor (ebanista), Domingo (por momentos marchand).

Como suele ocurrir lo bueno no es eterno y por razones de habilitación el local fue clausurado por las autoridades de la ciudad e Buenos Aires. Durante un corto tiempo logramos que Anita, la cocinera del boliche, nos atendiera en un subsuelo al que accedíamos clandestinamente. Las comidas se convirtieron en una película de suspenso.

Pero Anita alquilaba la última pieza del conventillo que se ocultaba detrás de “Vavi Zacli”, y terminamos almorzando los jueves en el patio de su casa. Bueno, era una manera de decir porque el patio tenía apenas un alero que nos protegía del sol en el verano y no impedía que nos mojáramos en los días de lluvia. En el invierno, algunas copas de singani (el insuperable aguardiente boliviano) calentaba el ambiente. Anita era una maravillosa jujeña que a instancias de Fernando hacía los más bellos platos del altiplano en la cocina mas precaria del mundo.

Vale una última aclaración: el nombre “Vavi Zacli” es un juego con “Viva Cliza”, en referencia a una pequeña ciudad Boliviana, de donde provenían las hermanas que explotaban el bodegón de la calle Corrientes y -como se ve- hablaban al “vesre”.

En ambas experiencias lo gastronómiuco era una forma de juntar a la gente.

* * *

La barra de Pirilo, ya no con la misma intensidad de otras épocas, de tanto en tanto recibe una convocatoria que generalmente lleva a cabo el “pelado” Henry y muchos acuden a la cita para mantener el espíritu de amistad que debe prevalecer en todo grupo humano y además dar cuenta de las necesidades gastronómicas, como ocurrió el 13 de julio con la presencia estelar de “la Piru”.

 

Compartir en: