El presidente puteador

En un país de cuyo nombre no quiero acordarme se cuenta que en un periodo desdichado de su historia un candidato presidencial con algunos tornillos flojos accedió a ese cargo de manera insospechada.

Digo esto porque su aspecto era estrafalario, con arranques histéricos, histriónicos, hitleristas y, claro, muy violentos.

Su perfil se completaba con una motosierra que esgrimía dando a entender que con ella eliminaría a sus enemigos y un lenguaje soez, con expresiones cargadas de adjetivos de descalificación para quienes no compartían sus ideas.

Bueno, si es que de ideas se trata porque el hombrecito tenía las suyas: según su mirada la justicia social era un robo, le parecía normal la venta de órganos, ¿porqué no la venta de niños?, decía mantener diálogos con el más allá, aseguraba escuchar las voces del cielo, dividía a los habitantes entre los hombres (iba a decir argentinos y ahí evidenciaba el nombre del país olvidado al principio) de bien y aquellos que, se supone, no lo somos…

Pese a tamaños despropósitos, muestras elocuentes de la flojedad de tornillos mencionada al inicio, por las vueltas de la vida (en realidad deberíamos decir de la política en el país de cuyo nombre no quiero acordarme), con un razonable porcentaje fue electo presidente.

Digo “razonable” y no puedo dejar de agarrarme la cabeza.

Claro, al hombrecito mal hablado lo pasearon por distintos espacios mediáticos hasta que su imagen resultó aceptada, pese a sus totalmente locas propuestas de gobierno.

Esto se vio facilitado por la pésima experiencia política del gobierno anterior que renunció a ser nacional y mucho menos popular y de esa manera enajenó el caudal de votos que lo habían catapultado a la Casa de Gobierno (iba a decir Rosada, en cuyo caso el país recuperaba su nombre).

Uno se pregunta que es más grave. Si un desnucado que se sienta en el sillón presidencial (casi digo de Rivadavia y de nuevo pondría en evidencia el nombre del país que nos ocupa) o si un importante cantidad de ciudadanos lo vota, como ocurrió.

Dios me libre y me guarde, diría el inefable y lejano Luis Sandrini.

Lo cierto es que semejante personaje, para mal de todos pero fundamentalmente para mal propio, ¡se la creyó!

Y, sin más, actuó en consecuencia: su mensaje inaugural se pronunció de espaldas al Congreso, envió al mismo un par de DNU donde se lo autoriza a disponer de la suma del poder público y promueve una gestión de gobierno ajena a las necesidades del país que seguimos sin identificar y sus pobres, ahora paupérrimos habitantes.

Para abundar sobre la locura reinante, digamos que las Cámaras -crease o no- le han aprobado tales proyectos.

Sin embargo, este pobre tipo, está embarcado en un proyecto que ha fracasado en oportunidades anteriores. En estas circunstancias, como antes, prevalecen los intereses de los grupos dominantes y hay un enorme desdén por las consecuencias que le acarrean a la población.

En pocos meses sumió a más del cincuenta por ciento de los ciudadanos en la pobreza (vaya, casi la misma porción que lo votó) aquellos que están en la indigencia superan el diez por ciento, está llevando a cabo la eliminación de gran parte de la clase media, afectó la cultura, la educación y la salud de la población, agudizó las malas condiciones de vida de los jubilados…

Es decir, el hombrecito se caga en la gente. Así de sencillo.

Pero como sus grados de egolatría son enormes, su país de origen, ese que aún no tiene nombre, le queda chico. Cree en su delirio tener proyecciones universales. Se postula para cruzadas salvadoras del mundo, se autoproclama para una misión internacional que nadie le pide y hace viajes al exterior donde sus intervenciones producen vergüenza.

En realidad es el cultor del autobombo.

Impulsado por sus locuras desarrolla una política internacional que ata al país al carro del imperio decadente y pone en peligro a la sociedad al vincular su gestión exterior en conflictos lejanos y ajenos, sin la toma de distancia necesaria para aportar un mensaje conciliador, pacificador de las pasiones.

En esas circunstancias, el hombrecito que se caga en su gente, se postra ante los poderosos de la Tierra. Y lo más grave, en ese delirio no trepida en postrar a su país.

Recientemente, como ya ha empezado a sentir que las variables que quiere manejar se le escapan de las manos, incrementó los adjetivos calificativos, sus ataques de ira, sus gestos irreproducibles y ante un periodista quiso justificarse diciendo que bueno, él es un “puteador”…

Mirá vos, el hombrecito que se jacta de ser el primer presidente anarcoliberal de la historia, el que ha llevado a cabo el mayor ajuste conocido del que se tenga memoria, resulta que es “puteador”.

En realidad, se revela como un puteador serial. ¿Qué tal?

Quizá en ello esté percibiendo su futuro: pronto será el puteador puteado. Porque no hay ninguna duda que “la experiencia Milei” termina mal.

Nadie, yo menos que nadie, puede decir, cuando, en que momento y cómo termina, pero termina mal.

Está condenada a un gran fracaso desde su inicio, desde antes del inicio.

Será difícil que no tenga consecuencias dañinas para el país.

Gran parte de a población ya las está padeciendo y cuanto más se prologue su gestión mayor será el daño. Es conveniente tenerlo presente porque estos locos, si además son ignorantes y brutos (como es el caso) en su derrotero final son muy perversos.

Tendrán un costo difícil de revertir.

Pero como otras experiencias dolorosas tendrá un final: el presidente puteador y su Corte de seres enfermos pasarán, pero los dueños del país, los dueños de los grupos concentrados se mantendrán con mayor poder.

Por todo eso es imprescindible juntar a nuestro pueblo y amar. Amar mucho, para enfrentar ese futuro cercano.

 

06-10-2024

 

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