Lito Vidal fue uno de los fundadores del CEES. Arribó a la Argentina con su familia como tantos españoles corridos por el hambre que siguió a la guerra civil. Supo contar que llegó a comer raíces. Pero más que el hambre lo incitó a emigrar el oscurantismo del régimen que era insoportable.
Lo conocí en 1955, cursando el sexto año en el turno noche del Comercial de Temperley. Para entonces había cursado en el Comercial Joaquín V. González, cercano a Constitución donde vivía, hasta que se mudó a Lomas de Zamora.
Juntos terminamos ese año y luego marchamos a la Universidad de Buenos Aires donde, con alguna diferencia de años, nos recibimos de contadores públicos. Jamás he visto a alguien más apasionado por aprender. Todo le servía para crecer. Gracias a sus lecturas prácticas de inglés, leyendo el “Herald”, nos informó de las primeras noticias sobre los desaparecidos.
En la crisis del 2001, con alguna de sus hijas y nietos, decidió volver a España. Y allá murió. El que para todos nosotros era “el gallego”, allá lejos -después de tantos años- era “el argentino”.
Cuando partió dejó muchas cosas, entre ellas, este poema que dedicó a Nelson Mandela y Nicolás Guillén.