En un ejemplar del segundo volumen de las obras completas de Jorge Luis Borges (Emecé, 1974), que me consiguió mi querido amigo Rafael, descubrí el manuscrito que ahora traduciré al castellano. La esmerada caligrafía (arte que las máquinas de escribir primero y más cerca el uso de celulares para comunicarse y los tiempos que vivimos nos están enseñando a perder) sugiere que fue escrito antes de esa fecha. El manuscrito, que yo sepa, no fue nunca dado a la imprenta. En el mismo, el autor recuerda momentos de su vida y formula comentarios.
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«Las ilusiones del patriotismo no tienen término. En el primer siglo de nuestra era, Plutarco se burló de quienes decían que la luna de Atenas es mejor que la luna de Corinto; Milton, en el siglo XVII, notó que Dios tenía la costumbre de revelarse primero a sus ingleses… Aquí, los nacionalistas pululan; los mueve, según ellos, el atendible e inocente propósito de fomentar los mejores rasgos argentinos. Ignoran, sin embargo, a los argentinos; en la polémica prefieren definirse en función de algún hecho externo: de los conquistadores españoles o de una imaginaria tradición católica o del “imperialismo sajón”.
»El argentino, a diferencia de los americanos del norte y de casi todos los europeos, no se identifica con el Estado. Ello puede atribuirse a la circunstancia de que, en este país, los gobiernos suelen ser pésimos o al hecho de que el Estado es una inconcebible abstracción; lo cierto es que el argentino es un individuo, no un ciudadano… El estado es impersonal: el argentino solo concibe una relación personal. Por eso para él, robar dinero público no es un crimen…» (1)
«Sin embargo… la jornada del 23 de agosto de 1944 me deparó tres heterogéneos asombros: el grado físico de mi felicidad cuando me dijeron la liberación de París; el descubrimiento de que una emoción colectiva puede no ser innoble; el enigmático y notorio entusiasmo de muchos partidarios de Hitler. Sé que indagar ese entusiasmo es correr el albur de parecerme a vanos hidrógrafos que indagaban porque basta un solo rubí para detener el curso de un río; me acusarán de investigar un hecho quimérico. Este, sin embargo, ocurrió y miles de personas en Buenos Aires pueden atestiguarlo… ¿No ha razonado Freud… que los hombres gozan de poca información acerca de los móviles profundos de su conducta? Quizá, me dije, la magia de los símbolos París y liberación es tan poderosa que los partidarios de Hitler han olvidado que significan una derrota alemana…
»El recuerdo de aquel día es perfecto y detestado reverso del 14 de junio de 1940. Un germanófilo, de cuyo nombre no quiero acordarme, entró ese día en mi casa; de pie, desde la puerta anunció la vasta noticia: los ejércitos nazis habían ocupado París. Sentí una mezcla de tristeza, de asco, de malestar…
»… ser nazi (jugar a la barbarie enérgica, jugar a ser viking, un tártaro, un conquistador del siglo XVI, un gaucho, un piel roja) es, a la larga una imposibilidad mental y moral.» (2)
«… el “Martín Fierro” es menos la epopeya de nuestros orígenes -¡en 1872!- que la autobiografía de un cuchillero, falseada por bravatas y por quejumbres que casi profetizan el tango… Don Segundo Sombra, pese a la veracidad de los diálogos, está maleado por el afán de magnificar las tareas más inocentes… Hudson narra con toda naturalidad hechos acaso atroces.
»Alguien observará que en su obra el gaucho no figura sino de modo lateral, secundario. Tanto mejor para la veracidad del retrato, cabe responder. El gaucho es hombre taciturno, el gaucho desconoce o desdeña las complejas delicias de la memoria y la introspección; mostrarlo autobiográfico y efusivo, ya es deformarlo… Si nos atenemos a la historia comprobaremos que el gaucho ha influido poco en los destinos de su provincia, nada en los del país. El organismo típico de la guerra gaucha, la montonera, solo aparece en Buenos Aires de manera esporádica. Manda la ciudad, mandan los caudillos de la ciudad…» (3)
En mis andares tuve muchas, quizá demasiadas obsesiones. Solo mencionaré algunas: la biblioteca de mi padre, su ceguera, la figura materna, los ancestros (muchos militares, algunos de muerte gloriosa), los libros, la “Divina Comedia”, Shakespeare, en menor medida “El Quijote”, “Las mil y una noches”, la mitología, Caín y Abel, Demócrito y otros clásicos, Spinoza, el budismo, la cábala, los sueños, el ajedrez (y mi afectación por los peones), los laberintos, los cuchilleros, Rosas, Buenos Aires, Ginebra, el “Otro”, yo mismo, mi propia ceguera, la Biblioteca Nacional, el amor, los desencuentros, la infelicidad, la tiranía en sus diversas etapas, “las aves de corral” (aunque nunca me permití mencionarlas)…
«Me sé del todo indigno de opinar en materia política, pero tal vez me sea perdonado añadir que descreo de la democracia, ese curioso abuso de la estadística.» (4)
«He sabido que en una nota de la Enciclopedia Sudamericana, que se publicará en Santiago de Chile, el año 2074 se dice que me agradaba pertenecer a la burguesía, atestiguada por su nombre. La plebe y la aristocracia, devotas del dinero, del juego, de los deportes, del nacionalismo, del éxito y la publicidad, me parecían casi idénticas.
»Hacia 1960 me afilié al partido Conservador porque “es el único que no puede suscitar fanatismos”.»
Sobre el final no pude dejar de reflexionar con pesadumbre sobre los derechos humanos y sufrir el doloroso episodio de la guerra de Malvinas. También decidí morir lejos, pero rodeado, finalmente, de María, con quien llegue a soñar con volar en globo.
(1) Obras Completas, Emecé, Tomo II, pág. 36
(2) Idem, Tomo II, pág. 105 y 106
(3) Idem, Tomo II, pág. 112 y 113
(4) Idem, Tomo III, pág. 121 y 122