El título de este trabajo es uno de los versos más conocidos de “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”, el clásico libro de Pablo Neruda, escrito en 1924, cuando apenas tenía veinte años.
Había nacido en Parral en 1904 y cuando apenas tenía un mes su mamá murió de tuberculosis. Su padre, obrero ferroviario, decidió instalarse en Temuco, una zona hermosa que debió servirle de fuente de inspiración.
Luego de su muerte se publicó su autobiografía que es un canto a la vida. Lleva el nombre de “Confieso que he vivido” y narra sus aventuras por diversas regiones del mundo porque, pese a que tenía una razonable inserción en el mundo de la poesía, sus estrecheces económicas lo impulsaron en 1926 a incursionar en la diplomacia y como cónsul de su país recorrió pequeños y lejanos países (Birmania, Sri Lanka, Java, Singapur, entre otros) hasta que en años cruciales para España se desempeñó como diplomático en ese país entre 1934 y 1938, en Barcelona y Madrid.
La experiencia española lo marcó definitivamente: Esa guerra fue el prolegómeno de la segunda Gran Guerra y un intento de lucha contra el fascismo. Pero, además, esa estadía lo puso en contacto con lo mejor de la intelectualidad española (Federico García Lorca, Antonio Machado, Miguel Hernández). Sus poemas de aquellos años son memorables.
Regresó a Chile en 1943 y se afilió al Partido Comunista (PC) y en el proceso electoral de 1946, un frente de unidad permitió el acceso a la presidencia de Gabriel González Videla y consagró la candidatura a senador de Pablo.
Cuando el presidente reprimió violentamente una huelga minera, el senador Neruda hizo públicas sus críticas y la crisis de esa alianza política escaló hasta poner fuera de la ley al PC, cosa que significó que Neruda decidiera el exilio en nuestro país. De aquellos años han habido amigos que se jactaban de haber participado de tertulias poéticas en el Teatro del Pueblo donde confluían Neruda, Nicolás Gillén y Rafael Alberti simultáneamente En esos años de exilio, que continuó por otros países, emprende lo que quizá sea su obra maestra, el “Canto General” (1950), una monumental historia de Chile.
En sus “Confesiones…” Pablo no oculta haber sido un bon vivant que sabía deleitarse con los placeres de la vida y no los rechazaba, pero siempre rindió tributo a su ideología y escribió poemas inspirados en los requerimientos del momento (Stalin Capitán) o la conflictiva justificación de ensayos nucleares (“¡Adelante, sencillo camarada, te protegen 80 megatones!”).
Todo lo hizo sin renegar jamás de la poesía, que le nacía de todos sus sentidos, siempre le vino de adentro. No me atrevo a decir desde el alma.
Fue criticado por sus vínculos con el Pen Club, se le reprochó ese vínculo con un tufillo yanki. Hay quienes no perdonan pero cuando Salvador Allende en 1969 inició su campaña presidencial, propuso la postulación de Pablo al cargo para realzar el proyecto político que emprendía. Después Pablo renunció a su candidatura y fue Salvador quien arribó al Palacio de la Moneda en 1971. El poeta fue designado embajador en Francia.
En ese mismo año Neruda aceptó el premio Nobel de Literatura y no faltó quien le recordara que Sartre lo había rechazado por considerarlo un premio con implicancias políticas. Pero Sartre era Sartre y Neruda era fiel a sí mismo.
Regresó a Chile unos meses antes del golpe de estado del 11 de setiemnbre de 1973, donde perdió la vida Salvador. Volvió muy afectado por un cáncer de próstata y ocho días después del golpe fue internado en la Clínica Santa María, donde murió el 23 de setiembre.
Aún enfermo, su reconocimiento a nivel mundial, su prestigio, su obra, su solo nombre eran un peligro para la dictadura. Todo hace suponer que fue envenenado para provocar su rápido deceso.
No ha sido casualidad recordar a Pablo. En otras notas hablamos de Lautaro y Coupolicán. A continuación recordemos los poemas dedicados a ellos en el “Canto General”.