En un artículo anterior hablamos, entre otras cosas, de la sociedad dual.
Tengo viejos recuerdos de mi lejana infancia.
En el entonces Ferrocarril del Sur se podía viajar en primera (cómodos asientos de cuero, con capacidad para dos pasajeros junto a cada ventanilla) o en segunda (asientos de madera, con capacidad para dos pasajeros en la ventanilla izquierda y tres en la derecha), por supuesto con tarifas diferentes.
Cuando jugaba en el jardín de mi casa me estaba prohibido hablar con los mendigos que solían pasar pidiendo limosna. Muchos eran, en los primeros años de la década del 40 del siglo XX, remanentes de los linyeras que solían ¿vivir? en las vías más alejadas de la estación Temperley.
Desde esa puerta de alambre que me separaba de la calle observaba la quinta Palau, donde solía transitar una hermosa niña junto a una fuente de agua, a quien yo miraba en silencio hasta el día que mi padre (desgraciado) me llevó de la mano, cruzamos el bouleward con palmeras que había en la avenida Almirante Brown, la llamó y le dijo que yo estaba enamorado de ella. Todo lo dijo él (de nuevo, desgraciado) porque yo enmudecí.
Desde esa misma puerta solía mirar la casa chorizo de doña Encarnación, una gallega viuda que además de vivir con sus cinco hijos alquilaba habitaciones a personas que se lo demandaban. Es decir, tenía una pequeña pensión. Una de sus hijas, morocha, de ojos muy bellos y un cabello que terminaba en un par de largas trenzas, se llamaba Nilda y andaría por los 12 años. Fue mi fugaz profesora de piano y confieso, en este caso sí, que aún hoy sigo enamorado de ella.
Pero volvamos a la sociedad dual, de la que aquí están planteados algunos elementos de aquellos años que permitían visualizarla en aquella reducida dimensión: mi padre (José) era habitué los fines de semana al almacén de Otín, que disponía de un boliche anexo donde los parroquianos que querían jugaban a las cartas españolas y hasta había un lugar para jugar a las bochas, en tanto su primo (Horacio) era socio del Law Tennis Club de Temperley, donde practicaba ese deporte y hacía sociales. Ambos eran empleados ferroviarios pero por algún manejo familiar Horacio (a quien su padre, conocedor del tema, le hizo estudiar inglés) estaba mejor posicionado económicamente y le aconsejaba a mi viejo cambiar de hábitos. Pero mi viejo era como era.
En ese tiempo, los vecinos asentados en Temperley Este éramos más o menos parecidos, con sus más y sus menos pero parecidos: clase media más bien tirando a baja, algunos más sobresalientes pero hasta ahí no más. Diferente era la situación en Temperley Oeste donde existía esta misma medianía pero conviviendo con el llamado barrio inglés, donde solían residir funcionarios del ferrocarril, por lo general gringos y algunos profesionales de buen pasar, en su mayoría asistentes habituales del famoso Law Tennis.
Ya entonces había escuelas privadas, no solo de naturaleza confesional (Colegio Belgrano, Colegio del Huerto) sino especializados en el idioma inglés (Barker, San Albano), donde concurrían hijos de aquellas familias más acomodadas pero no había un mejor nivel que aquel que ofrecían las escuelas públicas. La docencia era una función altamente respetada, como los bancarios, los ferroviarios y diversos empleados de muchos ministerios que eran los ambicionados candidatos por las madres para sus hijas.
Pero, claro, la sociedad era muy sencilla.
Han pasado muchos años y han pasado muchas cosas.
Hoy la sociedad es mucho más compleja. Y no hablo solo de nuestro país, hablo también del mundo. La supremacía de EE.UU. en la Guerra Fría mandó al diablo el “Estado del Bienestar” que se instauró en occidente para contener el avance del socialismo y la revolución científico-técnica monopolizada por el capitalismo no liberó al hombre de la maldición bíblica del trabajo sino que lo sumió en la inhumanidad de la segregación social, del distanciamiento de las fuentes de producción, anuló su condición de proletariado.
Era imprescindible liquidar ese bloque de poder que constituía la clase obrera, agente del cambio social. Por igual razón se liquidó durante el Golpe de Estado de 1976 a los líderes de las bases obreras y como esto podía no ser suficiente se liquidaron muchas empresas, modificando la estructura social y económica de la Argentina.
Por eso hoy tenemos familias con varias generaciones que no han experimentado la formidable experiencia de la vida social que les brinda trabajar en una fábrica. La cultura del trabajo se la llama en las ciencias sociales mientras que los sectores dominantes dicen que “se ha perdido”. Mentira, ellos la han destruido, por que de esa manera pensaban (y siguen pensando) desarticular al sindicalismo, porque la asociación de los trabajadores les hace perder el sueño por el temor a perder sus bienes. En los conglomerados se discute, se intercambian experiencias, se habla de deportes y también se difunden ideas, circula la prensa de los más ideologizados. En ese marco se pueden crear sueños y albergar prácticas colectivas.
No en vano las corrientes políticas de la derecha promueven el emprendimiento, individualista y alejado del compromiso social, formando los agentes económicos absolutamente aislados que caracterizan a la sociedad postmoderna, con el menor contacto posible con sus iguales (que existen) y con el medio en el que sobreviven pues de su tarea cotidiana depende su subsistencia.
Así las empresas tampoco contratan personal en relación de dependencia. Los tercerizan o contratan por los noventa días que acepta la lay para evitar la indemnización por despido. La consecuencia inmediata es la desfinanciación del sistema jubilatorio vigente, que contribuye a incrementar el déficit fiscal de las cuentas públicas.
Y es así, desde las fuentes del sistema, donde se han alojado los desocupados, los marginados, donde viven los más golpeados por un modelo económico perverso, donde se asienta el orígen de la desigualdad. En esos ámbitos los niños que antes de los tres años no han sido correctamente alimentados, no dispondrán de la capacidad intelectual necesaria para “emprender” el futuro. Quienes han diseñado esta sociedad lo saben y no les importa; quienes se ocupan de la cosa pública también lo saben y hacen poco por remediarlo; los estudiosos de las ciencias sociales de tanto en tanto lo recuerdan. La raza de los subhombres no les preocupa.
Otro es el destino de los hijos de la clase opulenta, En su infancia gozarán los beneficios que les proporcionarán sus progenitores. Y a los dones de una buena alimentación seguirán los que debería aportar una buena educación, lo que se llama una educación de excelencia.
En los viejos tiempos la mayoría de los niños y adolescentes concurríamos a escuelas públicas, muchas de ellas construidas durante los planes de gobierno del primer peronismo en el nivel primerio y a los colegios secundarios también públicos de la zona (Nacional de Adrogué, el Comercial de Temperley, el Normal de Banfield). Es cierto que durante ese primer peronismo la iglesia tuvo un rol prominente en materia educativa, producto de su apoyo electoral en 1946, pero mucho después con la sanción de las leyes en materia educativa del presidente Frondizi, la generalización de la enseñanza privada no paró mas. A la confesional se agregó la particular con diversas modalidades y solo un factor unificador: la necesidad de los padres con trabajo asegurado (y horario que cumplir) de tener garantizada la permanencia de sus hijos en los establecimientos que le garanticen clases todos los días y ello solo ocurre en la enseñanza privada, donde los paros docentes no se cumplen, pese a que son por lo general profesores en ambas jurisdicciones. Tal la preocupación de la clase acomodada.
Los sectores humildes, que envían a sus hijos a las escuelas públicas tienen otro factor unificador: la comida y/o la merienda que se les ofrece a los niños para paliar las carencias familiares.
Ambas necesidades de distintos sectores sociales terminan condicionando una educación que dista de ser de las mejores porque se enseña con metodologías y programas vetustos y se carece de un plan integrador de educación a nivel nacional que, además, respete las necesidades regionales de nuestros jóvenes.
Todo ello llevará, en breve plazo a un segundo problema de nuestra juventud: los hijos de la clase adinerada dispondrán de medios para el consumo de drogas más o menos tolerantes (si alguna lo es), en tanto que los chicos pobres se entregarán al consumo del “paco”. Todos esos productos circulan en nuestra sociedad a partir de la maldita última dictadura, en medio de la complicidad de las autoridades policiales, judiciales y políticas que las toleran en clara connivencia y sociedad con el delito y el apoyo de los medios bancarios y financieros que posibilitan el blanqueo de las ganancias de los poderosos empresarios mafiosos.
Ello permite, que en este modelo económico existan importantes núcleos empresariales cuyo afán especulativo está destinado al comercio, que siguen acumulando capital a expensas del resto de la sociedad y, además, como sus trabajadores están afectados a rubros tan rentables, tienen un mínimo grado de participación en el festín. Esos grupos disponen de una situación de privilegio y constituyen importantes bolsones que permiten dar algo de sustentación a un modelo muy injusto.
Por esa razón, las largas noches de “las lomitas” en Lomas de Zamora (y muchos centros comerciales importantes del sur del Gran Buenos Aires) reúnen una llamativa cantidad de asistentes a lugares de comidas, boliches, copas de altos costos, lo que revela que sus usuarios disponen de un importante poder adquisitivo. A no muchas cuadras de ese lugar vive, trata de sobrevivir, la gente que padece necesidades y existe una relación inversa entre el centro y la distancia en cuanto al nivel de ingresos: cuanto más alejado del centro menor es la capacidad de compra de los pobladores.
Esta sociedad dual es absolutamente cruel, perversa, además de injusta. Según de quien y en donde nazcas estará marcado tu destino y si hay excepciones, son muy contadas. En los sectores más desfavorecidos se aprende mal, muchas veces ni siquiera se termina el ciclo lectivo, se carece del hábito y de los medios para la lectura. De las clases dominantes, en medio de tanto bruto suele emerger alguno que se atribuye el derecho a liderar la manada. Y algunas bestias lo siguen.
De los descendientes de las grandes fortunas o, por lo menos, los mas afortunados suelen salir “delincuentes de guante blanco” en tanto que las cárceles están llenas de de gente pobre que se han criado entre la pobre gente. Claro que aquí también hay excepciones, poquísimas, pero las hay.
La sin razón de esta forma de vida, de este modelo desdichado para cualquier sociedad se evidencia en un país rico (no es una joda: ¡somos un país rico!) que pese a sus riquezas tiene más del 40% de su población sumida en la pobreza y más del 10% en la indigencia.
Este fenómeno se incrementó en los años recientes cuando muchos nombres de muchos ricos nacionales han empezado a integrar las nóminas de revistas internacionales que publican sin vergüenza los nombres de estos sinvergüenzas.
Porque en resumidas cuentas, como bien dice Juanjo Lakonich, “nadie debería ser plenamente feliz sabiendo que hay compatriotas que pasan miseria. Ética indispensable para que todos podamos vivir en comunidad” (1)
Y como siempre, nuestros grandes humoristas gráficos, pueden dar cuenta de este artículo en una serie de imágenes, como éstas que usamos de Quino para ilustrar y ponerle ¿fin? a estos apuntes.
(1) Buenos Aires/12, 03.19.23
03-10-2023