La semana pasada decíamos que urge un proyecto alternativo de país para enfrentar a los monstruos que son los propietarios de la Argentina: los grandes grupos nacionales e internacionales y, ahora, con todo el gran capital financiero internacional en acecho para pegar el zarpazo.
Un programa alternativo, un proyecto de salvación nacional.
Para proponerlo, con solo echar una mirada a nuestro alrededor, nuestras necesidades son tantas y nuestras carencias tales que sin un verdadero deseo de salvar a nuestro país en esta encrucijada maldita, puede cundir el desánimo.
Pero debe prevalecer la vida y, en consecuencia, arriesgarse a pedir ¿lo imposible?
Pedir, por ejemplo, recuperar nuestra soberanía: saber que además de estar ocupadas las Malvinas por un imperio decadente, nuestro río Paraná ha sido entregado miserablemente por el gobierno de Menen y todos los que lo sucedieron. Saber también que un gringo no menos miserable ha transformado un lago de nuestro sur (el Escondido) en pileta de natación privada.
Sin embargo estos tres ejemplos son apenas la evidencia de un Estado que no cumple sus funciones como tal. Porque la soberanía es mucho más que esto: soberanía es asegurar el funcionamiento de las instituciones o modificarlas para que cumplan sus objetivos; soberanía es garantizarle a la totalidad de la población la igualdad de oportunidades; soberanía es lograr en la sociedad un impulso superador en la búsqueda de proyectos de grandeza que involucren a todos sus habitantes; soberanía es -también- en esa propuesta garantizar la vida y la libertad; soberanía es conducir y regular las relaciones del conjunto para que todos estén comprometidos en una construcción común y solidaria que para ser posible debe nacer desde las bases, desde abajo; soberanía es hallar la forma y el modo de tener una dirigencia que nazca de esta dinámica.
Porque esta encrucijada que atraviesan la Patria y el Pueblo es consecuencia de una dirigencia (económica, política, sindical, social) que ha olvidado los compromisos que deben prevalecer en la construcción de una Nación, de una República. Hace demasiado tiempo que se impone el individualismo, los proyectos personales, la defensa del patrimonio individual por encima de las necesidades colectivas.
El resultado lógico de ello es el nacimiento de este monstruo intrascendente, banal, desquiciado, sucio y maloliente que se atreve a ocupar el Poder Ejecutivo que, aunque nos cueste, nos duela contó con el apoyo de más de las mitad de la ciudadanía; ni que hablar de un Poder Legislativo repugnante, donde prevalecen demasiados desvergonzados, absolutamente desfachatados en la entrega de todas las convicciones, si es que alguna vez las tuvieron y un Poder Judicial infeccionado por todos los males habidos y por todos los por haber.
Llevamos años de empobrecimiento de la población, endeudamiento del país. Quienes han empobrecido luchan como pueden apenas para subsistir y el país está esperando que los financistas internacionales se arrojen sobre las riquezas (inmensas, incalculables) que nos quedan, que seguramente irán a parar a sus manos por valores insignificantes.
Con semejante cuadro de situación ¿como promover los cambios?
Por la necesidad de ejercer el derecho a la vida y la libertad que mencionamos antes; porque la existencia misma de la Patria lo demanda; porque debemos asegurar su continuidad contra toda injerencia de los nuevos “maturrangos”; porque hay que parar a los nuevos hijos de “albión”; porque hay que juntar a toda la Patria Grande, como ansiaban nuestros mejores padres.
No hay tiempo. Debemos empezar ya.
Y la primera acción debe estar dirigida a recuperar la voluntad de nuestra gente, a volver a las fuentes, sumar adhesiones, consolidar hermandad, volver a enamorarnos… Pero no para cualquier cosa. Para llevar a cabo un programa de salvación nacional.
¿Por qué? Por que la Patria está en peligro y cuando la Patria está en peligro debemos actuar todos juntos. ¡Y ahora!
21-07-2024