Durante la reunión del G20 celebrada en Brasil tuve oportunidad de ver el desenvolvimiento de su presidente en la recepción a sus invitados, el acto de apertura y el manejo, en su calidad de anfitrión, de la Asamblea.
Recuerdo el impacto que me causó, el 1ro. de enero de 2003, el discurso inaugural de su primera gestión, cuando sintetizó su objetivo político: garantizar que el pueblo, todo el pueblo de Brasil pueda comer todos los días.
Muchos años atrás, me remito a 1964, en una conferencia en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, otro brasilero, otro tipo admirable, Josué de Castro, en una de esas disertaciones que marcan al auditorio supo definir la situación del mundo en aquel tiempo: “Dos terceras partes de la humanidad tiene hambre, no come. El otro tercio come pero no duerme, por temor a los que tienen hambre”.
Quien diría que casi cuarenta años más tarde Lula batallaría contra el hambre y, seguro, esa pelea aún está pendiente.
Estas reflexiones sobre la república hermana se confunden con recuerdos de mi lejana colimba en la Policía Federal (1969). En esa experiencia, el instructor de tiro le decía a quienes no embocaban una, que “tenía que mejorar el tiro porque sino el brasilero te mata”.
Había entonces (y quizá en algunos hay aún) viejas broncas acumuladas por viejas batallas que pueden no haber sanado: las constantes peleas por Colonia del Sacramento; el despojo inglés del Uruguay, el desfile de las tropas brasileras aliadas de Urquiza en la ciudad de Buenos Aires luego de Caseros… Puede que haya más pero esta mera mención resulta suficiente.
Sin embargo, con el correr de los años, los enemigos se han asociado comercialmente y, en algunos momentos, preciados momentos, han hermanado sus búsquedas: recuerdo a Lula en Mar del Plata contribuyendo al rechazo del ALCA y luego lo veo dándose un baño de pueblo argentino en las celebraciones del bicentenario.
Han pasado muchos años de ello. En su transcurso este obrero metalúrgico, este sindicalista se reveló como un estadista sabio. Tan sabio que aceptó la injusta prisión a que lo sometió un bastardo de la justicia para salir de ella con un reconocimiento pleno de su inocencia.
Fue capaz de superar esa escaramuza que le impuso la vida y andar victorioso a su tercera presidencia.
En el curso de la conferencia, mientras Lula manejaba los papeles que guiaban su exposición era visible un rastro de su pasado laboral: su mano izquierde parmitía visualizar la pérdida del dedo meñique que había producido un balancín.
Lo vi también en sus espléndidos años, canoso, aceptando el paso del tiempo, pero entero y bien plantado para recibir con afecto, sonriente, a la totalidad de los presidentes que asistieron al encuentro del G20. Por momento exagerando el manoseo de los invitados, con una única y quizá programada excepción.
Me remito, naturalmente, al trato lejano, con singular gesto de distancia, dispensado a Javier Milei. Es digno de ser observada la gestualidad del momento: el pobrecito carajeador agarrado a una carpeta de la que parece asirse como necesario apoyo; la insólita compañía, de su hermana, El Jefe; el brazo extendido de Lula, que impide cualquier acercamiento; el rito de la fotografía (qué fotografía, qué caras, qué gestos); la solícita urgencia de que pase el que sigue…
El mamarracho llegaba precedido por varios éxitos internacionales: su presencia en foros de la ¿nueva? derecha, su participación en un agasajo al Emperador electo del Imperio.
No le valió de nada: Lula puso el límite, lo remitió al lugar de donde nunca debió salir.
Por ese gesto, gracias Lula,