El estado de las cosas (II)

La situación internacional amerita algunas consideraciones. Con alguna referencia imprescindible a nuestro país.

No hay forma de ignorar que en distintas partes de este pequeño punto que gira en el espacio bajo el nombre conocido (por nosotros) como planeta Tierra, se han desarrollado experiencias impensadas de gobiernos de extrema derecha. Los argentinos no nos vamos a desgarrar las pocas pilchas que nos quedan cuando hemos elegido un exponente de esta corriente. Digo “hemos” y tengo ganas de putear pero no sirve de nada.

Que en EE.UU. se haya impuesto Donald Trump, con los porcentajes alcanzados en esta segunda elección es una suerte de continuidad de otros personajes parecidos en Italia (Georgia Meloni), Hungría (Victor Orban), Ucrania (Volodimir Zelensky) o en la diminuta El Salvador (Nayib Bukele). No nos vamos a desgarrar nada pero tampoco vamos a quedar impávidos ante semejantes personajes (Milei incluido).

Asímismo, debemos reconocer que el mundo emergente, Rusia y China por ejemplo, no son modelos cuidadosos de democracias impolutas. Ni que hablar de la mayoría de los gobiernos establecidos en el Medio Oriente.

Parecería que todo refiere a un mundo muy complicado, con formas autoritarias, en algunos casos muy autoritarias, y poco propensas a la ampliación de los derechos de los ciudadanos. Más aún, en muchos de estos regímenes, en muchos de estos países tengo serias dudas respecto a que la población haya alcanzado este grado, el de ciudadano.

En ese sentido, para los argentinos, que nuestro “presidente” quiera hacer turismo y proselitismo internacional promocionando su deseo de enfrentar al “wokismo” nos parece un nuevo disparate. Disparate que se compadece con sus estrafalarias ideas en materia social y económica. ¿Acaso no afirma sin caérsele la cara de vergüenza que la “justicia social es un robo”? ¿No maneja cifras indemostrables para justificar sus “horrores” en materia económica, escuela austríaca mediante?

Si queremos un pobre consuelo de tantos desvaríos pensemos que casi todos los hermosos ejemplares de derechosos dirigentes mencionados tienen un recorrido común: origen estrafalario, amplia promoción por medios televisivos, acercamiento a la política con participación de grupos económicos comprometidos, apoyo de una parte de la población, generalmente desinformada y en extremo grado de confusión y ofuscación… En realidad, nada nuevo bajo el sol: la Italia de Mussolini (1921) y la Alemania de Hitler (1931) tuvieron orígenes parecidos, salvando las diferencias de tiempo.

Todos estos tipos, además, parecen empecinados en destruir los avances logrados durante años en pos de construir igualdad. Las últimas diatribas de Milei se han ensañado contra el “wokismo”. Constituyen una absurda apreciación sobre los avances de la sociedad contemporánea no solo con relación a los derechos sino fundamentalmente respecto a la diversidad. Las conquistas que referimos se lograron luego de décadas de luchas impulsadas para alcanzar esos logros y estos imbéciles pretenden liquidarlas de manera brutal. Así como son ellos: muy brutos.

Pero estos personajes no son más que los emergentes, en distintas sociedades, de sectores que han expresado en su momento su descontento por estos avances. Pensemos en términos locales: ¿Cuando se sancionó la ley del matrimonio igualitario no hubo una fuerte resistencia de parte de sectores significativos de nuestro país (sectores ultraconservadores minoritarios pero influyentes, iglesias como la católica y las evangélicas)? ¿Cuándo en torno a estas orientaciones los avances en materia de género fueron más flexibles no hubo planteamientos muy retrógrados? ¿No se tienen presentes las movidas en contra de la ley del aborto? ¿Antes, con motivo de la aprobación de la ley de divorcio no se recuerda la movida de la Iglesia trasladando a la misma Virgen de Lujan para liderar sus manifestaciones? Esos sectores, habitualmente minoritarios, aprovechando una coyuntura favorable, excepcional, quieren borrar toda esta legislación aprobada por amplias mayorías legislativas en las últimas cuatro décadas.

La historia nos revela que los avances civilizatorios sufren interrupciones y procesos contradictorios porque la evolución no siempre es lineal. Al contrario, es común que imperen situaciones de ruptura en el devenir de nuestros destinos. También es común la necesidad de identificar los intereses creados en cada momento de la evolución de la humanidad.

Ello es singularmente importante en este tiempo nuestro si analizamos el mensaje trascendente que impulsan los mencionados personajes. Se suele hablar mal del Estado, del efecto negativo de sus políticas sobre el conjunto de la sociedad, se predispone a las personas en contra de los regímenes impositivos… Simultáneamente se reivindica el rol preponderante del “dios mercado”. Nada de esto es casual en esta instancia de desarrollo del capitalismo, caracterizada por el predominio de la tecnología y las finanzas.

Las grandes fortunas (vaya si las hay a nivel mundial y no despreciemos las que han logrado nuestros ricos locales) se amasaron al amparo de Estados benefactores de los ciudadanos en general pero muy especialmente de estos empresarios en particular, que ahora lo denostan.

Una característica de este período es la existencia de enormes fortunas acumuladas en el mundo como jamás antes se tuvo conocimiento. Nadie ignora que para que ello ocurra grandes masas de hombres y mujeres deben permanecer en la pobreza. Así es en el mundo igual que en nuestro país. Para posibilitar el enriquecimiento de unos pocos otros deben resignarse a vivir en la miseria. Tampoco en esto hay nada nuevo bajo el sol.

Pero aquí y ahora estamos en una situación casi inédita: nunca se alcanzó como hoy la posibilidad de enriquecerse y el modo veloz de ese enriquecimiento. Hoy hablamos de mil millonarios y ello no asombra. Tampoco sorprende que muchos de estos personajes hayan salido del llamado capitalismo tech, es decir tecnológico. Nos referimos a Peter Thiel, fundador de PayPal, raro empresario vinculado con la política de derecha, republicano, quien supo decir que “democracia y libertad no son compatibles”; Jeff Bezos, antes demócrata, hoy republicano, creador de Amazon; Mark Zuckerberg, dueño original de Fabebook; el británico Richard Branso, dueño de Virgin Galactic, adicto a orbitar la Tierra; Jimmy Wales, el creador de Wikipedia y, por supuesto, por sobre todos, Elon Musk el sudafricano hoy influyente hombre en el gobierno de Trump. Todos estos hijos de… ¡Silicon Valley!, han terminado asumiendo posiciones extremas al alternar en política y algunos no dudan en desarrollar proyectos espaciales privados.

De solo pensarlo me da miedo. ¿Se imaginan a Cortés, Pizarro, Almagro y algunos otros sabandijas queriendo conquistar el Cosmos? Eso es lo que se proponen los hijos de Silicon Valley. Y claro, me dan miedo. Son capaces de destruir planetas con tal de incrementar sus riquezas como aquellos liquidaron en la “Conquista de América” setenta millones de nativos americanos.

Estos personajes que quieren reducir los Estados, que niegan el calentamiento global, que se desentienden de los pobres de la Tierra, sin ser lectores de Jorge Luis Borges reniegan de la democracia, emergen como potenciales creadores de nuevas estructuras de dominación, nuevas formas de manejar el mundo de acuerdo a sus intereses y por supuesto a su exclusivo beneficio.

Para los argentinos este fenómeno no es nuevo. Desde hace más de cuatro décadas una cantidad reducida de empresas monopólicas se han adueñado de los mercados locales y manejan las variables económicas a su antojo con absoluto menosprecio del poder político, que no se da por enterado o no quiere tomar conocimiento. ¿Porqué vamos a pensar que a nivel global la “cosa” es distinta? Al contrario, el modelo argentino está inspirado en el que acabamos de describir.

Los nuevos dueños del mundo no tienen fronteras que los limiten. Tampoco tienen elecciones que obliguen a recambios. No son elegidos, desempeñan permanentemente su gestión empresarial. ¿Qué hace que la sociedad se subordine a sus intereses? ¿Por qué razón las instituciones no regulan su funcionamiento? Esta pregunta última es de fácil respuesta: la enorme capacidad financiera les permite a los dueños del mundo cooptar a aquellos que deberían limitarlos en su accionar. La primera es más compleja: entre los dueños del mundo están también los dueños de las comunicaciones. La mentira reiterada, permanentemente reiterada y vuelta a reiterar es una fuente inagotable de credibilidad para la mayoría de la gente indefensa.

Pensemos de nuevo en términos locales y mirá que nos vamos a ir lejos: “La guerra de la Triple Alianza” (1865-1870) fue la aniquilación de la experiencia de un Paraguay soberano e independiente, gracias a la invasión de tropas argentinas, brasileras y uruguayas, programadas por el imperio británico. Fue la guerra mas sangrienta y prolongada en el continente americano, liquidó la mayor parte de la población masculina de Paraguay, destruyó su economía y perdió importantes territorios. Esa canallada se justificó diciendo que Solano López era un tirano.

Unos años después se produjo la «Campaña del Desierto” (1878-1885) que al tiempo que liquidó las comunidades originarias, fortaleció el proyecto de la oligarquía con la incorporación de enormes extensiones de tierra para el modelo agro-exportador. Muchos pensaron que la asimilación del indio era posible, aunque demandaba tiempo y paciencia.

Mucho más ceca en el tiempo, sobre el final de los primeros gobiernos peronistas, el 16 de junio de 1955, para intentar matar al presidente, aviones de nuestras fuerzas armadas, bombardearon y ametrallaron la ciudad de Buenos Aires en Plaza de Mayo y alrededores. Por cierto que a Perón no lo mataron pero asesinaron a más de trescientos compatriotas antes de huir a Montevideo. Ni el propio peronismo en ese instante informó la magnitud de este crimen, que los opositores justificaban en que había que liquidar (una vez más) al tirano.

No quiero seguir buscando ejemplos, podría enumerar un listado inacabable. Pero pensemos: hoy ¿quien tiene presente estos hechos? Han sido sepultados en el pasado, la mayoría de la gente los ignora, no se los quiere tener presente. Es peligroso.

La verdad se puede alterar, ocultar o disfrazar y eso es lo que hace el sistema para evitar que la memoria de los pueblos impida la repetición.

Y así como se miente para ocultar el pasado se miente también para ocultar o deformar la realidad en el presente. No tengo que irme muy lejos para ilustrar esta afirmación. Durante el último gobierno de CFK se realizaron actos importantes en la Vuelta de Obligado, sobre las barrancas del río Paraná para celebrar el “Día de la Soberanía” (20 de noviembre) en conmemoración de aquella gesta heroica contra los invasores anglofranceses. Sin embargo nadie recordaba que ese río había sido privatizado en la gestión de Menem, sus puertos estaban en manos de grandes corporaciones locales y extranjeras, que las mercaderías salían (y salen) por declaración jurada (¡Declaración jurada! me cago en ella) de los grandes grupos exportadores, que el tránsito y el dragado del río está en manos privadas y durante aquellos años la concesión que vencía había sido extendida generosamente a los adjudicatarios. Nadie hizo mucho ruido tampoco porque en el último gobierno del Frente para la Victoria (FpV) la concesión volvió a vencer y no se hizo nada para recuperar nuestra soberanía por donde transitan la mayor parte de las exportaciones de nuestro país. Como nota de color digamos que durante toda la gestión del FpV, en la repartija de cajas, esta área quedó en manos del Frente Renovador de Sergio Massa.

Para no agotarte menciono un último ejemplo: Milagro Sala lleva nueve años presa. Su calvario se inició en Jujuy apenas iniciado el gobierno del PRO, en 2016 cuando el gobernador de esa provincia la detuvo por ocupar la vía pública y de inmediato se multiplicaron denuncias por corrupción y hasta por sabañones. ¿Qué delito había cometido, en realidad Milagro? Construyó nueve mil viviendas populares a bajo costo, escuelas, centro de salud, lugares de esparcimiento para el pobrerío… Con justa razón, por semejante obra era una referente insoslayable en la provincia. Por todo ello, Milagro era un peligro. Había que eliminarla. Aún hoy hay quienes la califican de “chorra”. Ese gobierno jujeño estaba integrado por una alianza que sumaba, entre otros, al Frente Renovador de Massa. Un hombre de él era vicegobernador. En las últimas elecciones presidenciales Massa fue candidato del peronismo. Jamás salió de su boca una autocrítica. Y Milagro sigue presa.

He mencionado unos pocos ejemplos de como se puede tergiversar la realidad, de que fácil puede ser ocultar hechos a los contemporáneos y ningunearlos de por vida, a lo largo de la historia.

En estos momentos, por obra y gracia del poder que ejercen “los dueños del país”, los medios de comunicación hegemónicos están en manos de algunos de esos grupos concentrados. Es el caso de “Clarín” que suma diario, radio y televisión y además integra la conducción de la Asociación Empresaria Argentina (AEA) con ARCOR y Techint entre otros.

La modalidad de estos “medios de comunicación” es difundir “investigaciones” de sus periodistas especializados que luego sirven de base para que la “Justicia” (¡la Justicia!), a partir de informes abra causas judiciales donde la condena está garantizada de antemano. Los medios crean el clima previo necesario para predisponer a la opinión pública. Así, Milagro Sala es una chorra y ¿porqué no una asesina?

Hemos caido en ejemplos locales que nos ilustran también de los modos globales que se adoptan en todas las latitudes pero seguimos sin entender las razones profundas que impulsan las nuevas formas del desarrollo capitalista en la era tecnológica.

Quizá ayude una experiencia personal. Durante los años setenta del siglo pasado atravesé mi primer separación matrimonial y casi de inmediato se produjo la muerte de Perón y el increible gobierno que le sucedió de Isabel Martínez y López Rega. Quien piense que soportar el actual gobierno libertario es una carga desmesurada quizá haya olvidado lo que fueron aquellos años (1974-1976): una economía desquiciada, las masacres de la Tripe AAA, el desborde de la guerrilla, la siniestra división del peronismo y encima, una “loca al volante”.

Mi estado de ánimo no me permitía otra cosa que leer ciencia ficción. Es el único momento de mi larga vida que me aventuré por esas páginas. Y en ellas encontré desde enfrentamientos atómicos entre grandes potencias que condenaban a la Tierra a volver a los tiempos de la barbarie en un mundo desolado donde los adelantos tecnológicos se consumían en la nada por la falta de sustento para su funcionamiento hasta otros mundos que pronosticaban las sociedades del futuro. En algunas de ellas, el planeta era el reducto de los sectores mayoritarios, mientras los grandes privilegiados habitaban colonias artificiales muy alejadas de la órbita terrestre para no estar en contacto con la horrible vida de los seres subhumanos que residían aquí abajo. Durante los años noventa y ante el auge de los barrios privados encontré algún paralelo con esas historias. Sin embargo, pienso que en el futuro la posibilidad planteada en aquellas lecturas es más que posible. Y lo es no sólo por un problema de desarrollo de la sociedad humana sino por la predisposición de la clase dirigente a mirar con desprecio al resto de la humanidad y la falta de interés por su destino.

Una de las tantas armas de que se vale el capitalismo en esta etapa de su desarrollo es el desprecio “del otro” y el enfermizo culto a lo individual, en contraposición con la vida solidaria, en comunidad y al servicio de lo colectivo. Por supuesto que este es un camino difícil de transitar pero es el único futuro posible para la sociedad humana. Por este camino se puede alcanzar el logro fundamental: la creación del hombre nuevo. Este es el camino que se impulsa a fuerza de afecto, de amor, de la convivencia como modo de contrarrestar el odio que impulsa el accionar de la clase dominante.

A decir verdad esta dinámica tampoco es nueva. Desde sus orígenes, en los lejanos años de Adam Smith (1723-1790), la esencia del capitalismo se expresó en “el hombre económico” y muchos de los seguidores del padre de la economía han reivindicado al egoísmo como fuente del progreso humano. Recuerdo una escena de la inolvidable película “Los compañeros”. El profesor trashumante que va de pueblo en pueblo a fines del siglo XIX llevando las ideas revolucionarias (Marcelo Mastroiani) dialoga con la persona que en Milán lo acoge en su casa (Renato Salvatore). Ante la pregunta de si tiene familia, el profesor recuerda a su esposa e hijos, que están lejos y en esa situación Renato le pregunta porqué lo hace, porque correr riesgos, porque vivir lejos de la familia, porque la sacrificada vida militante… Ante esta pregunta Marcelo responde: “Por egoísmo, porque me gusta”.

Y si el egoísmo es creador como en este caso ¡bendito sea el egoísmo! Pero cuando el egoísmo es “el excesivo amor a si mismo que hace atender desmedidamente el interés propio sin cuidar el de los demás” ¡maldito sea el egoísmo!

¿En qué términos está planteado el egoísmo en la teoría económica liberal? En la concepción de esa definición que acabamos de reproducir. Ello implica una vulgar perversidad. De haber primado esta conducta en el desarrollo humano, la vida se habría extinguido sobre la Tierra. Los lazos fraternos, la lucha comunitaria por la vida, la construcción de sueños colectivos, la procura de una vida mejor han sido los patrones de la condición esencial de nuestra existencia. Esa actitud desapareció como consecuencia de la aparición del excedente y el deseo de algunos de apropiarse de él, “sin cuidar el interés de los demás”.

Hoy, ya avanzado el siglo XXI, prima el deseo de esos sectores minoritarios de apoderarse de las herramientas y los logros de la revolución tecnológica de este momento. Decir esto significa reconocer el saber acumulado a lo largo de nuestra existencia como especie. Me imagino la mirada maravillada del casi mono que logró “crear” el fuego golpeando piedra contra piedra, en aquellos días que parecen perdidos en el tiempo. Antes lo había encontrado gracias a un rayo, venido del cielo, ahora lo había producido con sus manos. Sin aún darse cuenta podía sentirse dios, ser el hacedor de la humilde “conquista de la naturaleza” de semejante tiempo: ser capaz de reproducir plantas, cultivos, poder desviar un poco de agua para regar su siembra, ver el milagro de la vida, quizá sin entender muy bien de ella.

Y así siempre. Hasta nuestros días: aventurarse en unas cáscaras de nuez en la navegación de las aguas, la fuerza inigualable del vapor para accionar máquinas, el deseo de poder volar como los pájaros, la posibilidad de hacerse al espacio, las comunicaciones, la lamentable capacidad de construir la más terribles de las armas para combatir a los enemigos, armas tan poderosas que impedirían una nueva guerra por su poder destructor… ¡que chistosos!

Y resulta que todo ese saber acumulado, todo ese trabajo acumulado, todo ese tesoro de conocimientos que el hombre en su categoría de tal construyó durante siglos y siglos hoy debería ser la fuente del beneficio que enriquece a estos tunantes a expensas de toda la Humanidad, única heredera del saber acumulado en su historia.

Y en esto de nuevo ni siquiera son originales: el viejo antepasado canalla que en la remota historia se apropió de los primeros excedentes, aquellos que antes y ahora se apoderan de la tierra de los habitantes originarios de una región, aún a costa de su exterminio, quienes desde la propiedad de una empresa disfrutan de la plusvalía que le sustraen a la fuerza de trabajo, hasta estos miserables que crecen a pasos agigantados montados en los descubrimientos científicos y técnicos más recientes, todos son oportunistas continuadores de aquel viejo antepasado canalla del principio.

No hace falta profundizar mucho en las contradicciones de nuestro tiempo para reconocer que la clase dominante, para serlo, debe imponer al resto de la sociedad su manera de pensar, sus ideas también dominantes, aquellas que le aseguran el dominio de las mayorías. Sin esa elaboración previa es imposible imponerse.

Desde esta perspectiva no dejo de asombrarme de los buenos lectores que han sido estos tipos, o probablemente sus intelectuales orgánicos sumados, sabiamente comprados, para destruir el futuro de la sociedad. De la lectura de las biblias de los apóstoles iluminados han sabido de la existencia de una clase poderosa y concluido que había que liquidarla. Digamos que este proceso, salvando las distancias, lo hemos visto desarrollar en nuestro país por la última dictadura: si el motor era, pese a sus debilidades, el movimiento obrero industrial organizado, había que terminar con las industrias para erradicar el mal en sus orígenes. A nivel general era necesario terminar con ese espíritu de clase que se daba en el proletariado. Ya a fines del siglo XIX y principios del XX, el reparto colonial del mundo posibilitó exportar algo de las contradicciones a las colonias y, para evitar la rebelión en los estados europeos, mejorar un poco las condiciones de vida de la clase obrera inglesa, el clásico trabajador de cuello blanco y corbata que podía sentirse integrado al servicio de la patronal.

Este tema a demandado mucha tinta a lo largo del último siglo y ha sido motivo de profunda preocupación para quienes bucean en las posibilidades de cambios importantes en la sociedad.

Hoy hemos avanzado de una manera enorme hacia la existencia de modalidades de trabajo en el mercado que tratan de desvincular al mismo de su esencia social. Algunos compañeros gracias a disponer de un rodado pueden trasladar personas o bienes; otros con muchos menores recursos, sirviéndose de una moto o una bicicleta hacen mandados para algún sector social más favorecido; a ellos podemos sumar una cantidad de trabajadores independientes en una amplia gama de oficios de mantenimiento… Todas son tareas necesarias y su prestación es un servicio válido. Las dudas se originan en el modo de explotar estas actividades por parte del sistema: se les dice son emprendedores, adquieren el grado de personas ocupadas de manera independiente, no responden a un patrón, no están asimiladas a un gremio que los reúna y, en consecuencia, están alejados de la clase obrera. Si ello no fuera suficiente han surgido aplicaciones centralizadas que se caracterizan por sus posibilidades organizativas que están en condiciones de asegurar una demanda estable de servicios donde los prestadores ignoran quienes son sus mandantes (Pedidos Ya, Globo, Uber, por ejemplo).

Todas estas modalidades laborales contribuyen a tomar distancia de formas sindicales tradicionales a la vez que los destinatarios de esos servicios se sienten en algún lugar halagados de poder disponer de los mismos. Rocamboles del capitalismo.

A su vez, la permanente lucha por ganar voluntades por parte del sistema, en muchos casos ha logrado ganar más de un dirigente que en lugar de servir al movimiento obrero, se ha servido de él para generar un capital propio absolutamente ajeno a sus ideales de lucha originaria. Nunca dejaremos de repetir que “hay que vivir como se piensa porque de lo contrario terminaremos pensando como vivimos”. Esta pequeña frase encierra una verdad revelada que requiere mucha reflexión para concluir que muchos dirigentes del proletariado son tentados para terminar al servicio de la patronal. Contradicción humana que debe estar presente en cualquier análisis y que juega un doble rol.

Por un lado, semejante actitud conlleva emprender luchas que, desde la conducción, están condenadas al fracaso y por lo tanto terminan por desmoralizar a las masas y si, además, esas masas terminan tomando conocimiento de la falta de consecuencia de los dirigentes, de su traición, produce el alejamiento y la desmovilización de importantes sectores. En nuestro país con solo echar una mirada sobre la mayor parte del espectro de la dirigencia sindical (y, lamentablemente, incluso de parte de los dirigentes de movimientos sociales) se puede verificar que muchos de ellos actúan como patrones al frente de obras sociales sindicales que sirvieron para modificar su modo de actuar.

Todo esto puede caracterizar una época pero de ninguna manera desvirtuar la esencia del sistema capitalista caracterizado por la existencia de dos sectores sociales perfectamente determinados: los dueños de los medios de producción y los asalariados. Es tan así que hoy no sorprende la monstruosa concentración de la riqueza en pocas manos y la pauperización de las enormes mayorías. Ello con el agravante de otra enorme cantidad de personas arrojadas del sistema productivo por los avances de la revolución científica y técnica aplicados a la producción que hace innecesario su concurso.

Y aquí llegamos al tema crucial de nuestro tiempo. Por supuesto que en ese grado de preocupación está el futuro de esas masas dejadas de lado en un momento donde desde la dirigencia sistémica dice desentenderse de su destino.

Sin embargo, en esta situación que hemos planteado, siempre a nivel sistémico, esa enunciación revela la mayor contradicción del modo de producción vigente. El objetivo declarado del mismo es producir la mayor cantidad de bienes posibles y en ese sentido por las razones que hemos expresado, nos encontramos con una capacidad jamás alcanzada para satisfacer las necesidades de los seres humanos pero… pero los desposeídos de la tierra no compran, no tienen con que hacerlo.

Si esos sectores, los desplazados del sistema, más los marginales que apenas sobreviven no están en condiciones de hacer efectiva su demanda ¿para quien se produce?

A la producción en serie, aquella que llevó adelante el “fordismo”, para acompañar este proceso de necesaria adaptación le ha seguido una de naturaleza más selectiva, más especializada, destinada a cubrir las necesidades de la clase opulenta y con derivaciones a sectores secundarios, con un poder adquisitivo aún vigente. Pero la cantidad de personas que integran estas capas sociales es escasa y sus necesidades no son necesariamente suficientes para la capacidad productiva del sistema.

Estoy muy lejos de señalar que la capacidad del sistema capitalista para adecuarse a nuevas etapas de su evolución está agotada. Sin embargo, entiendo que es preciso señalar las contradicciones que atraviesa. Vuelvo a buscar ejemplos en nuestro país. La falta de capacidad de compra en el mercado interno, por la imposibilidad de más del cincuenta por ciento de pobres de comprar bienes, es altamente compensado por los monopolios que nos agobian destinando más bienes al comercio exterior, de donde la pobreza de las mayorías acentúan las ganancias de quienes habitualmente suelo llamar “los dueños de la Argentina”.

Esta situación puede generar reacciones internas pero mientras no tengan lugar esa clase minoritaria encontrará la forma de acumular excedente. Pero este ejemplo no se puede trasladar masivamente al conjunto económico mundial: no existe una capacidad de compra de tal dimensión. Esta limitación no es ajena al sistema, es una causa endógena del mismo y conlleva a su destrucción. Quienes defienden a ultranza el accionar de las fuerzas productivas no tienen respuesta a ella. Creo que, desde el campo popular, tampoco. Sin embargo la contradicción está y conduce inexorablemente a una crisis.

Por estas razones debemos escapar de “los cantos de sirena”, hacer que nos aten firmemente a los mástiles de nuestros barcos y desechar la convicción de que el modo de producción capitalista encontró la forma y el modo de eternizarse.

Nada es eterno, todo cambia. Este mundo nuestro cambia todo el tiempo pero lo hace del mismo modo que nuestro planeta gira sobre el eje terrestre y ese movimiento pasa desapercibido. Pero en la historia de la Humanidad la acumulación de los cambios se proyecta siempre hacia un futuro mejor.

 

02-02-2025

 

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