Nació en la ciudad de Buenos Aires en 1938 y jamás dejó de ser un muchacho porteño, según el prototipo de personaje que pueden ser los “muchachos porteños”. A través de sus propias palabras, sin embargo, supo decir que “me asilé en el silencio de los médanos, en el vientre del viento de la pampa, no soy un hombre de la llanura pero la conocí y viví profundamente”. Podía decir esto porque a partir de 1961 su obra trascendió y viajó con él por gran parte de la América Grande. Lo hizo como dibujante, pintor y tal vez, por encima de todas las cosas muralista. Vivió muchos años en Trenque Lauquen (provincia de Buenos Aires) y en esa zona dejó testimonio de su quehacer.
Cuando el siglo XXI nacía fue convocado a rodear la Casa del Gobernador de esa provincia de una serie de murales, todos bellos y enormes, que revelaran la historia provincial. Lamentablemente luego fueron trasladados pero hoy ocupa un lugar destacado uno instalado en el Centro Cultural de la Cooperación que, en plena calle Corrientes, nos traslada al corazón mismo de la pampa.
Por las paredes del CEES pasaron casi todos los cuadros de una serie que no llegó a exponer: “Van Gogh en Buenos Aires”, que muestra al atribulado y genial artista en medio de la crisis del fin de siglo en esta ciudad.
Muchos creadores requirieron su talento para iluminar sus obras: muchos discos de Jairo cuenta con sus ilustraciones y casi todos los poemarios de Hamlet Lima Quintana, también.
Justamente Hamlet, casi su hermano, dijo de él: “A través de largos e intensos años de entrañable amistad, cada vez que he contemplado uno de sus cuadros he tenido la irrefrenable necesidad de escribir (no de describir) algo que, en un primer momento no es preciso, casi una nebulosa, pero que tiene en potencia el germen del poema. Quizá esto se deba, si debo emitir una opinión, a que los cuadros de Rodolfo producen una violenta explosión de poesía porque la poseen en su concepción.”