Recreo

Hoy, 19 de noviembre de 2023, dado que se lleva a cabo el ballotage que definirá quien presidirá la Argentina durante los próximos cuatro años y no se puede hablar de las elecciones, nos vamos a tomar un recreo.

Uno jamás sabe si todo este esfuerzo de publicar esta página tiene una suerte de compensación por la cantidad de lectores que se interesan. Tampoco sabe, cuando hace la emisión radial, cuánta gente está escuchando. Son “botellas al mar”. Quizá alguien reciba el mensaje.

Pero también puede ocurrir, como supo decir Simón Bolivar, que estemos “arando en el mar”.

No me resigno a ello. Más allá de mis debilidades, sé que el sistema, el imperio, quiere que te la pases luchando con serpientes, como bien dijo una querida amiga, interpretando el tema de Silvio Rodríguez. Y para ello, para luchar contra las serpientes, es decir el imperio, hay que saber andar entre nubes.

En algunas ocasiones he vivido esa experiencia; andando en coche, en las primeras horas del día, rumbo al extremo sur, después de Zapala, sentís que estás navegando entre ellas; en las serranías cordobesas, siempre temprano, al tranquito de una mula, se puede sentir lo mismo; ni que hablar si apenas abre sus puertas el acceso al Huayna Picchu, en la hermana Perú, intentas ascender allá arriba.

Andar entre nubes, imitando a los pájaros, fue uno de los sueños de los seres humanos. Volar no es mi caso. Jamás me lo propuse y cada vez que he subido a un avión, he padecido no sentir mis pies pisando a la madre tierra.

Volviendo a la experiencia peruana, en ese tránsito mañanero estarás andando entre nubes que te impedirán ver la ciudadela allá abajo y solo luego de mucho andar, a media mañana, podrás verla en toda su magnitud y belleza. desde las alturas que te asombra estar andando.

Si tenés paciencia podes tener una idea de este último recorrido.
 

 
De esta manera puedo dar fe que no le temo a las alturas, siempre que apoye mis piernas, mi cuerpo, mi humanidad en la tierra, mejor dicho en la Tierra.

La Tierra, este pequeño puntito de minerales que forma parte de uno de los más humildes sistemas solares que andamos por el Cosmos, porque que después de todo, gracias a Ella, navegamos por el espacio casi ocho mil millones de hombrecitos (si, ya sé: y de mujeres y de todo lo demás, ya sé) que albergamos proyectos, sueños, esperanzas, ideas y también pesares y dolores que si logramos juntarnos aquellos pueden ser más cercanos y estos menos pesados.

Nuestros lejanos antepasados, cuando estuvieron en condiciones de formularse las grandes preguntas, las preguntas que aún hoy nos formulamos los hombrecitos, dirigieron su mirada al cielo, como una manera de encontrar alguna respuesta. Ahí, en lo alto, creyeron, moraban los dioses, pero de tanto mirar al cielo, a todo lo que los rodeaba empezaron a formularse también las primeras respuestas y luego adquirió el inagotable propósito de buscar todas las respuestas… ¡y más!

Hoy el hombre ha llegado a dominar tanto la ciencia y la técnica que, soberbio, no dirige su mirada a la antigua morada de los dioses.

Pero, en verdad, se priva de esa mirada (de nuevo, por soberbia) para no tomar una cabal dimensión ahora de su finitud, de su despreciable pequeñez, de su insignificancia ante la magnitud, la enormidad, la mágica manifestación del espacio y el tiempo que nos contiene.

El domingo pasado Horacio Rovelli escribió en “El Cohete” que siete familias argentinas poseen un patrimonio superior a los 1.500 millones de dólares (“los Roca de Techint; Marcos Galperin de Mercado Pago; los Pérez Companc de Molinos Río de la Plata y Molinos Agro; los Roemmers del laboratorio que llerva ese nombre; los Bulgheroni, socios de la British Petroleum en Pan American Energy; los Constantini del Frigorífico Rioplatense y los Eurnequian, de Aeropuertos 2000 y la Compañía General de Combustibles”) y uno no puede dejar de recordar el desprecio con que los apostrofó Sarmiento: “son una oligarquía con olor a bosta”, supo decir el sanjuanino.

Estos personajes despreciables no merecerían estar en estas reflexiones si no fuera por mi permanente costumbre de ponerle nombre y apellido a todo lo que nos daña. Justamente lo que callan nuestros máximos dirigentes. ¿O acaso alguien escuchó alguna referencia en el debate presidencial?

Si todos estos personajes (¡y tantos más!) se permitieran reflexionar sobre lo efímera que es cada una de nuestras vidas; si fueran capaces de recapacitar sobre la enorme herencia que hemos recibido de nuestros antepasados; si hubiera un mínimo reconocimiento de que estamos parados sobre el esfuerzo, la búsqueda, el sacrificio, la sabiduría acumulada a través de miles de generaciones, pretender apropiarse de lo que es de todos, configuraría un crimen.

Y cuando hablo de esa herencia, de ese saber, no me refiero al aporte de los iluminados, de las personalidades que han dejado una estela en la historia de la humanidad. Pienso en todos los hombrecitos que en la cotidianidad de la vida, en el devenir de nuestras pequeñas historias, en la dolorosa y al mismo tiempo hermosa construcción de nuestros días, vamos -casi siempre sin darnos cuenta- contribuyendo a la transformación de la sociedad y también de nuestra propia transformación.

Para tener una cabal dimensión de tamaña pequeñez y, al mismo tiempo, tanta grandeza, deseo comentar la existencia de “un destello de energía brillante proveniente del espacio exterior que habría arribado desde un punto del Sistema Solar a la Tierra tras más de 8.000 millones de años… Este tiempo equivaldría a la mitad de edad que tiene de vida, antes de que generara su impacto con los telescopios que rodean la Tierra. En esa línea de investigación, se concluyó que es tres veces más potente de lo que podría esperarse una frecuencia de este tipo… Se trataría de un corrimiento rojo, es decir, un fenómeno electromagnético que proviene de un objeto que emite una luz roja… Si bien algunas personas aseguran que podría tratarse der un mensaje extraterrestre, otras sostienen que habría tenido orígen a partir de los estallidos magnetares de estrellas de neutrones jóvenes”. (1)

Lo cierto es que, como bien sintetiza el cable, “el tiempo que tardó el mensaje en llegar a la Tierra equivale a la mitad de la edad de nuestro planeta”. ¿Que importa si es un mensaje extraterrestre o un fenómeno “natural”? Lo inimaginable es la variable tiempo acompañada de la variable espacio en la magnitud de esta noticia. ¿No sería bueno tomar conciencia -ante estas cifras- de lo diminutos que somos? Aún esas siete familias tan millonarias, deberían reflexionar para ubicarse en la verdadera dimensión del mundo y ser capaces de reconocer su pequeñez.

He tenido el privilegio de conocer un sabio, muy sabio, que decía que lo era comparado con otros seres humanos que sabían menos que él pero, ante la magnitud infinita del conocimiento que implica la sabiduría, ante esa nueva dimensión, todos eran ignorantes.

Sin embargo, nunca he sabido de un rico, un poderoso, que opine de manera parecida.
Los milmillonarios lo único que ambicionan es ampliar sus fortunas.

Quizá jamás elevaron su mirada al cielo para observar la magnitud del Cosmos y tomar conciencia de su insignificancia.

Con los políticos pasa lo mismo. No tienen una cabal dimensión ni siquiera del mundo que habitan. Ante semejante limitación, ¿les vamos a pedir que dirijan su mirada al “más alla”? Y ese “más allá” no es ningún mundo mágico. En él no moran los dioses. Es, simplemente, el Universo, el conjunto de átomos de los que estamos hechos todos y cuando digo todos digo cada uno de los despreciables hombrecitos de esta Tierra, la Tierra misma, nuestro sistema solar y la totalidad de todas las infinitas cosas que nos rodean. Pero todos estos malnacidos ególatras no están capacitados para pensar en términos tan sencillos, tan humildes, están desprovistos de proyectos que aspiren a la grandeza de la Patria y la felicidad del Pueblo. Solo son depositarios de propuestas en el mejor de los casos de poder personal y casi siempre acompañadas de su propia consolidación patrimonial.

Y, -¡por favor!-, nadie piense que estoy hablando de “la casta”: me refiero a aquellos que en lugar de servir a la política se sirven de ella en su propio beneficio.

Sin embargo, el tema que nos ocupa no se circunscribe exclusivamente a la clase dirigente: alcanza también a todos los seres humanos, los hombrecitos. Todos deberíamos ser capaces de tener un comportamiento activo frente al fenómeno que venimos discurriendo, porque la mayoría de nosotros, la inmensa mayoría no se permite quedar prepleja ante el hecho que desgarra nuestras vidas, cuando en realidad tomamos conciencia de las limitaciones que nos impone la dimensión del Cosmos y tratamos de asimilarlo con nuestras pobres vidas.

En el reconocimiento de nuestra diminuta dimensión radica nuestra grandeza.

 

(1) LMNEUQUEN, octubre 28 de 2023, pag. 18.

 

19-11-2023

 

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