Corría el año 1951.
Cursaba en la Escela Nº 2 de Temperley, Juan Bautista Alberdi, el último año de la primaria, por entonces 6to. grado.
La señora de Martínez, mi maestra de 6to. Grado, no sabía que hacer con ese pibe que andaba con un botón peronista sobre el guardapolvo y siempre repetía los slogans del gobierno.
Ella no era partidaria del régimen. Probablemente era socialista y tal vez por ello en la biblioteca del grado había un libro sobre las Islas Malvinas que reivindicaba nuestra soberanía sobre aquel archipiélago y cuyo autor era… ¡Alfredo Palacios!
Palacios, con su eterna pinta de mosquetero, era un feroz opositor al gobierno pero aquel libro fue mi primera lectura sobre el tema Malvinas. Lo recuerdo como un excelente libro.
Le siguieron las ampliciones de mi padre, con su bronca imposible de evitar contra Albión.
Las siguientes aproximaciones al respecto ocurrieron cada vez que el gobierno peronista desenpolvaba el tema por algún incidente con los ingleses o vía enfrentamientos con el gobierno del Uruguay. En esos casos las publicaciones locales dedicaban importantes espacios al tema de la soberanía. Recuero de manera especial un plano de origen inglés, bastante antiguo, publicado en el diario “Democracia” donde como consecuencia de la presencia inglesa en las Islas Malvinas gran parte de la Patagonia dependía de ellas. ¡Que graciosos!
Desde mi apreciación recuerdo dos hechos trascendentes en el proyecto de recuperar las islas. Creo que el más importante se desarrolló durante el gobinero de Illia (con Zabala Ortíz como ministro del Exterior) cuando se logró un pronunciamiento de las Naciones Unidas en favor de la discusión de la soberanía y, paralelamente, se aplicó una política amigable, hasta donde puede ser amigable con un imperio en decadencia absoluta pero no por ella menos miserable, para ayudar a la comunicación de las islas, asegurar el tratamiento sanitario de los pobladores y facilitar la movilidad hacia ellas.
Tiempo después se vivió la incursión de un grupo de jóvenes, militantes de la Juventud Peronista, que llegaron por vía aerea y realizaron un acto que pretendió poner en evidencia nuestra soberanía.
Y después fue la habitual: anualmente el reclamo ante el Reino Unido, la permanente recordación de nuestros derechos soberanos y la negativa británica de sentarse a negociar, aunque más de una vez dejaron entrever el deseo de desprenderse de ellas.
Así fue hasta el 2 de abril de 1982, cuando el elefante puso pie en el bazar y avanzó haciendo pelota todo a su paso.
No era para menos. La dictadura estaba en una situación agónica: Económicamente el país estaba mal y en lo político la sustentabilidad de las fuerzas armadas en el gobierno era insostenible.
Especialmente en los años postreros de la dictadura se había generado una corriente de apoyo Argentino a los EE.UU. para generar en la frontera de Honduras una mayor efectividad a las incursiones contra la revolución sandinista en Nicaragua. Es probable que algun ingenuo haya creido que por esos “servicios” los yankis estarían dispuestos a apoyar una acción desmesurada sobre las islas. Quien pensó en ello no tuvo en cuenta que la alianza de EE.UU. con Gran Bretaña era mucho más que su convivencia en el Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Ni siquiera la intervención directa del presidente Reagan pudo evitar la invasión pero de esa manera se evidenció el conocimiento del hecho por parte del Imperio.
En la loca geopolítica de aquellos años el antiguo vaquero de tantas películas del oeste presidía por los republicanos a los EE.UU, la “señora” Margaret Thatcher se desempeñaba como primera ministra en el Reino Unido y en conjunción con el Papa polaco Juan Pablo II llevaban adelante una cruzada que se proponía liquidar el socialismo real. Ante esta conjunción se plantaban los milicos argentinos o, al menos, una parte de ellos, intentando huir hacia adelante para salir de la ratonera que habían construido en la Argentina y donde parecían destinados a sucumbir.
Antes que ello, ¡invadamos Malvinas!, recuperemos nuestra soberanía sobre las islas y la gente olvidará nuestro pasado de crímenes y nos amará. ¡Y bueno, estos muchachos también eran graciosos!
Pese a la negativa de participar de algunos dirigentes políticos (Alfonsín, por ejemplo, también Frigerio) no faltaron quienes se entusiasmaron con la iniciativa: se llenó en varias oportunidades la Plaza de Mayo, Galtieri se dió el gusto de salir al balcón, ¡los Montoneros ofrecieron su apoyo!, la prensa (¡cuando no!) llamó a la lucha, los medios de comunicación hicieron colectas para nuestros soldados ¿que digo?, nuestro héroes que estaban llevando a cabo la gran epopeya…
El secretario de Estado de EE.UU. visitó en un par de oportunidades el país pero la posibilidad de una negociación se hizo imposible luego del ataque incalificable sobre el Crucero General Belgrano, atacado fuera de la zona de exclusión marítima.
Fue un hercho criminal, impulsado por Inglaterra para liquidar las negociaciones precisamente. Esa acción criminal le costó más de trescientas victimas a nuestro país. No fueron héroes, fueron mártires.
¿Cómo no iban a ser mártires jóvenes menores de 20 años, llegados en su inmensa mayoría de lugares lejanos (Corrientes, el noroeste), casi sin preparación militar, mal abrigados, peor alimentados y encima, en muchos casos castigados con sanciones cercanas a las torturas por oficiales formados en la acción represiva de la subversión? Así y todo, venciendo todos esos ensañamientos, muchos alcanzaron la categoría de héroes.
Pero de poco valió todo eso frente a la tecnología del imperio decadente (Inglaterra) apoyado por el imperio dominante (EE.UU.). Hubo algunas solidaridades de América Latina que obligan al agradecimiento y un frío manejo diplomático del campo socialista.
Pero el destino final, no por ninguna maldición mitológica y/o bíblica que lo condicionara, estaba escrito. La causa fundamental estaba en la variable tecnológica, la superioridad de su poder de fuego y, en grado no menor, se fundaba en la actitud de la oficialidad de ambas fuerzas. Basta ver la foto de la rendición, donde un perfectamente preparado para la foto comandante argentino (bañadito, afeitado y seguramente perfumado) se allana a los planteos del responsable británico, recién salido del combate, con ropas de fajina y sin tiempo para asearse.
En aquel momento nuestra rendición incondicional provocó la caída del gobierno de la dictadura y no hubo ninguna figura civil capaz de instalarse en la Casa Rosada, que estaba regalada. La ficción de un nuevo gobierno militar ser prolongó hasta fines de 1983, cuando tuvo lugar la transición democrática.
La imagen de nuestros soldados derrotados fue ocultada por la sociedad.
Por casualidad estaba en Resistencia (Chaco) cuando el micro con un numeroso grupo de ellos regresaba a su provincia y era patético ver como el vehículo circulaba alrededor de la plaza principal de Resistencia ante la mirada indiferente de los ciudadanos que circulaban por la zona sin la menor alteración por esa presencia.
No fue un hecho aislado. Luego de la euforia inicial (por la toma de las islas) sobrevino tomar conciencia de la naturaleza loca del hecho y el temor que impulsó a muchos a aclamar al Papa Juan Pablo II cuando visitó nuestro país. El clamor popular se tradujo en un nuevo estado de ánimo: “¡Queremos la paz”!
Después sobrevino el olvido y el ocultamiento.
Pero en las islas se afianzó la fuerza militar de los “vencedores” y se inció la explotación de importantes recursos económicos. No solo se profundizó la pesca sino que se desarrolló la explotación de petróleo.
Todo ello ante la mirada paciente primero del gobierno ¿peronista? de Menem, la actitud complaciente de Macri y la nada de la nada de Alberto Fernández.
Pero aún así, nada puede parecer cercano a la afrenta formulada por el presidente Milei cuando este último 2 de abril dejó librada nuestra soberanía a las decisiones de los ocupantes de las islas…
Y en este punto ya no se trata de que alguien puede ser gracioso… Apenas se trata de un pequeño hijo de puta, tal como se denomina en mi barrio a los infames traidores a la Patria.
04-04-2025