Deberíamos hacer una síntesis. En primer término a nivel mundial, para saber cuál es nuestro marco de referencia. Del mundo unipolar que sucedió a la caída del Muro de Berlín y la implosión de la Unión Soviética, momento histórico donde imperaba una única potencia dominante y algún descolgado llegó a hablar del “fin de la historia”, ha quedado muy poco.
Luego de más de tres décadas estamos con un Imperio sin duda poderoso pero con muchos problemas sistémicos y un nuevo mundo que se desarrolla y lo impugna. Aquel fue el momento de la llamada “globalización” que suponía el triunfo del modelo capitalista y su generalización en todo el mundo. Ese modelo capitalista está lejos de ser derrotado pero la primacía de ese imperio está seriamente condicionada por los diferentes avances que se han producido en estos años: el desarrollo de la República Popular China ha sido inusitado; el fortalecimiento de Rusia ha sorprendido; el rol de India es motivo de asombro; los diferentes matices de procesos de cambio en el resto de Asia, América del sur y el Medio Oriente han constituido, cada uno de ellos y todos en su conjunto, el surgimiento de una nueva etapa, sin que ello suponga la existencia de una nueva forma de producción.
Como contrapartida de esta realidad, también en estos años, han surgido casi de manera milagrosa fortunas que han permitido la consolidación de grandes corporaciones privadas algunas de la cuales son, sin tener un Estado con todas sus complicaciones, capaces de un poderío equivalente a más de una Nación. Sin ir más lejos, hoy y aquí, en estos términos, BlackRock podría se considerada la tercera potencia económica.
La complejidad de este mundo es sencillamente asombrosa e impensada treinta años atrás. Es cierto que entonces estaban preparadas las condiciones iniciales de este proceso abrumador. Pero la naturaleza de los procesos de transformación desatados han superado todas las expectativas. En el ciclo evolutivo de la humanidad al maravilloso, largo y lejano período de la revolución de los alimentos, que le costó a nuestros ancestros miles de años de esfuerzos transformadores, le siguió mucho tiempo después el despertar de la ciencia y la tecnología en la edad dorada del Renacimiento. Nunca un nombre estuvo tan bien puesto.
Durante el Renacimiento se dieron pasos trascendentes gracias al genio de algunos seres absolutamente únicos (hablo de Leonardo, por ejemplo) que pocos siglos después permitieron llegar al instante de la Revolución Industrial, momento en que el modelo de producción capitalista fue capaz de engendrar un nuevo mundo, basado en los descubrimientos científicos y técnicos.
He mencionado a Leonardo. ¿Cuantos Leonardos han quedado sin nombre y ocultos para poder posibilitar que el hombre se transformara en gigante? Porque el pobre animalito que buscaba empecinadamente sustento para su prole y su grupo de supervivencia tuvo que vencer miedos, falsas creencias, despojarse de los límites que imponía la naturaleza para integrarse a ella y ser capaz de construir una sociedad mejor a medida que avanzaba en el desarrollo de sus cualidades, aquellas que le permitieron hacerse gigante.
Porque todo este proceso de creación ha sido una obra compartida por generaciones, miles de ellas entregadas al proceso sin duda socializador del avance del hombre. Hoy, la velocidad alcanzada por el desarrollo es impensable y también impensable es imaginar hasta donde puede llegar.
En mi caso, una vida sin duda prolongada, me permitió en los albores de mi adolescencia (principio de los años cincuenta) tomar contacto con Julio Verne y Camilo Flamarión. Aquel, en su creación literaria “De la Tierra a la Luna”, conmovía nuestras ideas con los viajes interplanetarios en momentos que era desconocida la aviación. Flamarión, en su imaginería espírita, anticipaba la radio a transistores o los celulares en su conocida “Urania”. Tengo esperanzas de ver más avances del hombre hacia el espacio y muchas más maravillas para hacer mejor la vida sobre la tierra. Sin embargo me preocupa que los nuevos amos del mundo quieran llevar adelante estos avances como una empresa privada que dañaría no ya el planeta Tierra, este que nos cobija, este que habitamos, sino el espacio, como si se tratara de una mera empresa de fabricar chorizos.
A estas consideraciones sobre el mundo hay que agregar otras referentes a la organización de la sociedad contemporánea, la del hoy. Existen tantas formas de encarar este análisis como diferentes formaciones profesionales posibles. El filósofo, el psicólogo, el cientista, el político, el economista, el que quieras pondrá la impronta de su especialidad y va a complejizar el tema hasta que el hombre de la calle no llegue a entender la realidad que lo atraviesa. Intentaré hacerlo con el lenguaje de ese hombre de la calle.
En aquella remota antigüedad que mencionamos más arriba la lucha por la supervivencia no permitía la emergencia de alguien que quisiera alzarse con parte de la comida mínima destinada a toda la manada. Por otra parte no era fácil acumular caza y pesca porque se carecía de la posibilidad de mantenerla. Se la comía fresca. O más o menos. Pero llegó la revolución alimentaria y con ella se produjo un excedente. La aparición del excedente era imprescindible para que alguien quisiera apropiárselo. Sin granos y semillas no habría quien pudiera hacerlo. Y se hizo.
No es que antes de ello no hubiera en la bestial manada gestos poco solidarios y que trataran de privilegiar al más fuerte, al más poderoso, al más egoísta, al más jodido… Es humano que haya sido así. Pero si no hay excedente no hay cómo llevarlo a cabo.
Luego habrán aparecido otros personajes: el anciano que acercaba a los dioses (el sacerdote), el especializado en la “defensa” (el militar), algún curador (especialistas de distinta calaña) y también chantas, ¿porque no?, y los mandones (podría leerse matones) ¡qué nunca faltan!
Y como quien no quiere la cosa la “estratificación social primitiva” generó grupos dispares que podrían resumirse entre los que mandan y los que son mandados. Aquellos se quedaron con el excedente y los hijos de los que mandan lo heredaron (o trataron de hacerlo) y en un largo proceso que llevó a la degradación de los mandados, vía endeudamiento o por ser derrotados en enfrentamientos, se llegó a la esclavitud, es decir a que hubiera una parte importante de la sociedad privada de los derechos de los hombre libres.
No faltará quien diga que someter a los vencidos era más humanitario que matarlos o mutilarlos pero también es cierto que la modalidad de la esclavitud no suprimió tales prácticas. Los hombres libres fueron los poderosos, los propietarios, los dueños, es decir quienes eran los gobernantes. El resto de los hombres carecía de tales prerrogativas y eran primero los esclavos y más tarde, mucho más tarde, los siervos de la gleba.
Y no podemos dejar de aclarar esto de “los siervos de la gleba”. Recurrimos al Google, donde en el mundo hoy parece estar la suma de la sabiduría. Es algo así como la “Enciclopedia” que en Francia fue un paso previo a la revolución. Según Google los siervos de la gleba eran campesinos que vivían y trabajaban en los terrenos de un señor feudal a cambio de “protección”. Su situación jurídica se encontraba entre la esclavitud y la libertad. Tenían ciertas garantías legales pero no derechos individuales. Todo esto suena como algo complicado pero allí mismo, en Google, podemos entender mejor de que se trata cuando refiere alguna de las características de los siervos de la gleba: estaban obligados a vivir y trabajar en las tierras del señor y tenían que pagar un canon ya sea en dinero, especies o trabajo. Por otra parte podían ser vendidos, donados o ¡liberados!
¿Qué hizo que la sociedad primitiva (vulgarmente llamada esclavista) aceptara la esclavitud? La existencia de un excedente que quedó en manos de los poderosos y les permitió ser poderosos. Con el tiempo, en muchos lugares del planeta, los poderosos se apropiaron de la tierra y los esclavos pasaron a ser siervos (durante la llamada sociedad feudal).
Estas formas de producción que mencionamos corresponden a Europa pero con diferencias y en distintos tiempos han tenido vigencia en otros lugares como Asia, América y África.
Cuando la humanidad vivió, luego del esplendor del Renacimiento, el violento proceso transformador de la Revolución Industrial, el siervo pasó a ser obrero, operario de los grandes emprendimientos. Esa mano de obra se nutrió de las viejas poblaciones campesinas y de los artesanos que debieron aceptar el triunfo inevitable de las máquinas. Y claro, así como antes la tierra, ahora las máquinas eran propiedad de unos pocos.
El trabajador, si querés el proletario, era un hombre libre, pero sujeto a su salario, con el cual podía decidir como vivir. Entonces, como ahora, los salarios nunca alcanzaban a atender las necesidades de los laburantes con el agravante que pasaron muchos años para lograr que ese laburante alcanzara el grado de ciudadano y fuera habilitado para, por ejemplo, votar las autoridades que lo gobernaban.
A esta altura de nuestra historia estamos hablando de la forma de producción capitalista que es la que aún rige nuestros destinos.
En esta forma de producción imperó la lucha de clases, es decir los enfrentamientos entre los dueños de los medios de producción y los proletarios. En realidad ese tipo de luchas existió también antes, pero las posibilidades de resistir eran infinitamente menores. Esa lucha condujo a logros importantes de los sectores asalariados en muchas sociedades europeas y, en algunos casos, a la existencia de un modo de producción socialista, donde como en la URSS y las llamadas democracias populares se impusieron en algunos años del Siglo XX, con suerte variada y final apocalíptico.
Un fenómeno no menor ha sido el experimento de algunas potencias europeas que agudizaron las formas de explotación de sus colonias (durante gran parte del Siglo XIX y las primeras décadas del Siglo XX). Tal fue el caso del Reino Unido, Francia y Bélgica, por ejemplo, que de esa manera mejoraron las condiciones y formas de vida de sus trabajadores nativos. Es decir, porque no admitirlo, que los proletarios de países centrales gozaban de algunos beneficios gracias a la explotación de los proletarios de los países colonizados. La extrema explotación de la periferia del mundo beneficiaba a las grandes potencias.
Esto parece contradecir aquellas ideas que idealizaban al proletariado como nuevo motor de la historia. Y no debe sorprender que ello ocurra porque para la creación de un nuevo mundo es imprescindible la aparición de un hombre nuevo, despojado de las debilidades que nos han caracterizado a todos nosotros, que nos han hecho incurrir en errores que hemos sabido cultivar hasta con placer.
En esta realidad se ha sustentado la política de los poderosos, intentando siempre procurar la división de los oprimidos, a través de una falsa salida individual como modo de brindarles una expectativa de emerger de su pobre condición a costa de traicionar las raíces de su formación, su condición de clase… Es tan fácil tentar a los desventurados. Hace falta mucha fortaleza para evitar los cantos de sirena. Si algo diabólico se esparce sobre el mundo es esa forma de cautivar al enemigo, para tenerlo… ¡cautivo!
Y en la sociedad que llamamos de hoy, estas prácticas se han multiplicado y perfeccionado gracias a la tecnología y el dominio que se ejerce sobre los medios de comunicación. Como experiencia personal suelo escuchar o leer hasta donde me resulta soportable las emisiones de radios, canales de televisión, diarios, periódicos y otros medios de los cultores de la salvación individual, de la que quieren emancipar a los más débiles convirtiéndolos en emprendedores, procurando que jamás se integren a labores colectivas de donde puedan surgir resistencias al sistema y propuestas alternativas que aspiren a la construcción de una sociedad más justa.
Estas prácticas no son nuevas. Históricamente cada vez que por la barbarie de los poderosos los oprimidos se han rebelado una de las armas fundamentales empleadas para condenarlos al fracaso han sido la tentación de personajes dispuestos a vender su alma al diablo. En la mayor de las rebeliones del Imperio Romano lo padeció Espartaco y más cerca, en el tiempo y en el espacio, también lo sufrió Tupac Amaru en su lucha contra el amo español. Ambos fueron traicionados por algunos de los suyos.
Aquellas fueron manifestaciones brutales de cooptación del enemigo. Hoy la lucha es mucho más sutil. Se libra por anticipado. Se le repite hasta el cansancio ideas absolutamente disparatadas para el sostenimiento de una experiencia de vida y una parte de la humanidad puede llegar a creerlo.
He podido constatar experiencias históricas que supusieron un cambio total en la historia humana. Una fue durante la segunda gran guerra cuando se celebraron los acuerdos de Bretton Woods (1944) que le depararían al mundo siglos de paz y armonía olvidando que a fines de la primera (1918), la creación de la Liga de las Naciones había despertado iguales expectativas. Ninguna de las dos resolvió la vida sobre la Tierra.
Otro hecho, más reciente, fue la pandemia (2020) que se supo decir impulsaría a los hombres a vivir de una manera más solidaria. Estas experiencias no fueron otra cosa que manifestaciones de la ingenuidad de los hombrecitos que anhelamos siempre querer vivir en un mundo mejor. Terminada la segunda guerra los aliados vencedores empezaron a despedazarse entre ellos. Pasada la crisis de la pandemia los grandes capitales internacionales revelaron que en ese período habían acrecentado sus ganancias como nunca.
No hay cambio posible en los estrechos marcos de la sociedad capitalista. No lo hubo en sus diferentes versiones históricas ni lo habrá en su actual modelo de apreciación financiera. Pero ello no significa que tal modelo de producción esté agotado porque el mundo viejo se resiste a morir y el nuevo aún está en gestación.
Y para evitar que el parto se produzca, el mundo viejo recurre a todos los elementos que la tecnología pone a sus disposición para lograrlo. Y por encima de todo lo tecnológico recurre al método infalible: la siembra del odio y la mentira.
La vigencia del odio es fundamental para desviar a los posibles rebeldes. El odio puede ser creador si los explotados se lo apropian para enfrentar al enemigo del género humano. Sin embargo quien en verdad se apropia de él, conocedor de sus efectos demoledores, es el poder para dinamitar los lazos de solidaridad existentes en la sociedad a través del enfrentamiento entre el pobrerío. Y para imponer el odio se debe mentir, mentir, siempre mentir y seguir mintiendo para convencer con las mentiras a los más débiles.
Así, los jubilados con treinta años de aportes abominarán a quienes acceden a través de un plan o moratoria a una jubilación mínima porque sus patrones no cumplieron con las leyes previsionales o el sistema arrojó a los más débiles a la marginación (“Yo aporté toda mi vida y estos vagos no”); los que tengan un laburo asegurado rechazarán que se lleven a cabo planes que mejoren las condiciones de los más necesitados (“Yo me deslomo laburando y estos reciben plata para estar panza arriba”); los que duermen tranquilos en sus casas maldecirán a los pobres desgraciados que habitan en las calles de la ciudad (no faltará quien vaya con un bidón de nafta); las asignaciones por hijo merecerán el desprecio de quienes aseguran que las chicas se embarazan para beneficiarse con el cobro de una ayuda…
Es tanta la falacia y tan empedernida su sostenida reiteración que enferma a cualquiera. Los canallas que se benefician con enormes favores del Estado cuestionan el mínimo subsidio que pueda recibir un pobre diablo empujado a la nada por una sociedad que se caga en el destino de sus miembros más débiles.
Resulta fácil a través de los medios hegemónicos en manos de los dueños del poder y sus alcahuetes de turno, esos que se la dan de periodistas independientes, inducir a núcleos importantes de la sociedad para que estén dispuestos a pegarse un tiro en los pies defendiendo los intereses de quienes deberían ser sus enemigos irreconciliables. ¿Cuánta gente ha dicho, ante la eliminación de los subsidios a los servicios (luz, gas, agua) que los mismos eran “muy baratos”?
¿Es la gente tonta? ¿Acaso es ignorante? Conozco personas con formación universitaria que defienden los intereses de los sectores dominantes y veo a muchos seres desprotegidos pensar que si se suman a esta ideología perversa pueden mejorar su situación de vida.
No debe sorprendernos. Son las deformaciones típicas que se suelen dar en las sociedades cuando el sistema logra que muchos (a veces demasiados) de sus miembros pierdan el sentido de sus intereses de clase y se regalen a los poderosos. Ni que hablar en este tiempo donde no falta quienes aseguran que ya no hay clases.
Ese proceso deshumanizante que hemos mencionado es un proceso lento y se da por decantación. El poder sabe como llevar a cabo esa degradación: primero, siendo muy pequeños, los privará de la adecuada alimentación que les restará capacidad intelectual de por vida; luego, un poco más grandes, los someterá al sistema educativo donde suelen prevalecer personajes nefastos que desperdician la capacidad cognoscitiva de sus alumnos e, incluso aquellos docentes con formación actualizada, no llegan a lograr que la gente piense por sí; después puede acontecer el abandono de las aulas y la inserción del adolescente en algún espacio marginal, donde si había adquirido alguna mínima formación, ese mínimo bagaje se irá al diablo; en la música, el deporte, las artes que son el refugio de la cultura popular y la gran defensa en la formación de los individuos prevalecerá imponer gustos que terminen de contaminar a las personas y que las alejen de su propia realidad…
Después puede venir todo lo demás: la absoluta marginación, el intento de buscar en la droga alguna compensación a tantas desdichas y, lo más probable, la salida delictiva. Y en esa instancia, las “buenas conciencias”, se desgarrarán las vestiduras y hablan de la maldad de los jóvenes descarriados, las malas conductas de los marginados, la necesidad de bajar la edad para incriminar a los “pequeños delincuentes” e incrementar la lucha sin cuartel contra el delito. ¡Qué miserables bastardos! Luego de generar las condiciones para degradar a nuestra gente, los responsabilizarán de los efectos naturales de ese proceso.
Hasta aquí hemos tratado de comprender el mundo aunque por momentos hemos recurrido a escenarios en los que podemos reconocernos. ¿Cómo entender nuestra realidad?
En el editorial de este fin de semana, de “ El Cohete a la Luna”, Horacio Verbitsky, en nueve palabras ilumina parte de esa realidad. Como al pasar, dice “Milei no moldeó a su electorado. Fue al revés”.
La síntesis es deslumbrante y una brutal cachetada a muchos analistas que se niegan a ver “nuestra realidad”. Sin embargo padece una limitación porque no establece las razones para que así sea. Una parte importante de nuestro Pueblo votó este engendro por hartazgo, por bronca, probablemente por asco. Lo hizo porque no soportaba más una vergonzante, desoladora, irritante muestra de falta de capacidad para conducir el país.
Y a nuestra dirigencia (no los gorilas, los nuestros) le faltó la convicción de jugarse junto al Pueblo, de conocer en profundidad sus necesidades, de estar dispuesta a consolidar la única alianza posible: juntar a las mayorías, disponer de un proyecto de Nación que enamore a la gente y crear los cuadros populares capaces de llevarlo adelante.
Pero para semejante empresa es indispensable que los dirigentes crean en la gente, vivan para ellos y no solo para sí; le pongan la cara, el cuerpo y la vida a su servicio y que terminen de entender que son dirigentes para servir y no para ser servidos.
Por el camino que vamos el movimiento nacional y popular carece de tales dirigentes.
12-01-2025