Por Sergio Carpenter
Siempre me impresionaron los rostros de los mártires de Chicago. La frente alta, una mirada incisiva, un halo de dignidad que no puede soslayarse. Siempre me impresionó la historia de la plaza Haymarket, allí donde una provocación sirvió de excusa para acusar a 8 hombres de cometer crímenes de sangre. Siempre me impresionó como la proclamada Justicia, sin tener una prueba de nada, sencillamente ejecutó la orden de los ricos empresarios de Chicago que querían detener el mar con una mano, que no querían ceder ante el reclamo generalizado por las 8 horas de trabajo.
Ya Robert Owen, el empresario, el filántropo, el socialista utópico gales, lo había sugerido: 8 horas para el trabajo, 8 para el descanso y 8 para la recreación. En 1866 la primera internacional socialista conducida por Marx gritó: 8 horas para el trabajo. En la ciudad de Chicago, el primero de mayo de 1886, 50.000 trabajadores abandonan sus puestos de trabajo y declaran la huelga general por las 8 horas de trabajo. Un número impresionante, los empresarios esperaban la décima parte. Una lucha que recorría los Estados Unidos y que había conseguido que algunos estados declararan las 10 horas de trabajo.
Chicago es un hervidero. El primero de mayo, los obreros de esa ciudad industrial norteamericana ganaron las calles. Se destacan los discursos de Engel, Spies, Fisher y Parsons. Atento con esos nombres. Dos días después, el 3 de mayo hay incidentes en la puerta de la fábrica McCormick, mientras Spies le hablaba a la multitud un grupo de carneros rompehuelgas salieron de la fábrica y atacaron a los trabajadores reunidos. La represión policial disparó y hubo 6 muertos. Al otro día, el 4 de mayo, las organizaciones obreras convocaron a un acto de protesta en la plaza Haymarket. Hay 15.000 trabajadores. Habla Parsons, habla Fielden. Antes de finalizar, la policía aparece, dispersa y reprime. En ese momento explotó una bomba que mató a un policía e hirió a otros. Una provocación que desató la represión, setenta personas entre muertos y heridos. Una provocación que luego impulsó la persecución a los dirigentes de los trabajadores que luchaban por las 8 horas.
La voz patronal se hace escuchar: los trabajadores son los culpables de poner la bomba en venganza de las muertes de los días anteriores, dicen los medios de comunicación. Detienen a cientos de trabajadores. No importa si estaban en el lugar. Detienen a Spies, que no estaba allí. Armaron un juicio. Lo cierto es que no encontraron ninguna prueba. A falta de pruebas se juzgan las ideas de quienes encabezaban las luchas, los sindicatos, que representaban una piedra en el zapato en ese descarnado capitalismo industrial que necesita de la descarnada explotación laboral para valorizarse.
Ninguna prueba, pero el Poder Judicial condena a Engel, Fielden, Fischer, Ling, Neebe, Parsons, Schwab y Spies. Son culpables, pero no de manipular artefactos explosivos, son culpables de luchar por mejores condiciones de vida para los trabajadores y trabajadoras, de luchar por las 8 horas de trabajo. Todo fue amañando para la condena. Testigos falsos, selección ad hoc del jurado, y la prensa condenando antes del juicio. Son culpables a pesar de su inocencia.
El juicio sumarísimo los condenó a la horca, salvo a Neebe, que pide la misma pena que sus compañeros. El gobernador del estado conmuta la pena de muerte por cadena perpetua a Fielden y a Schwab, en contra de sus voluntades.
El 12 de noviembre de 1887 son los funerales, al que fueron unas 25.000 personas. Otras 250.000 salieron a ver el recorrido final de los ya mártires de Chicago. El duelo vistió las casas obreras de allí con flores de tela roja en sus puertas. La oligarquía de Chicago y de los Estados Unidos, se regocija.
En 1893, con la asunción de un nuevo gobernador del estado de Illinois se revisó el proceso. Se probó que el fiscal Rice seleccionó al jurado condenatorio y se probaron un cúmulo de irregularidades delictivas en el juicio. Se probó que los ahorcados no habían cometido ningún crimen y según la propia justicia revisora los condenados habían sido víctimas inocentes de un “error judicial”. Recalcamos ese concepto, un “error judicial”. Schwab, Fielden y Neebe fueron puestos en libertad. Engel, Fischer, Ling, Parsons y Spies, no pudieron conseguir su libertad, descansaban bajo tierra.
José Martí, el gran -y verdadero- libertario cubano, escribió una crónica del proceso para La Nación, el diario argentino. Tremenda denuncia de la injusticia cometida, que deja una semblanza de los condenados y de sus últimas horas.
En la Argentina, la primera celebración del 1 de mayo fue en 1890, que reclamó también las 8 horas para los obreros argentinos, el fin del trabajo infantil y la cobertura de salud laboral, entre otros. Fue años después, en 1929, el gobierno del Presidente Hipólito Yrigoyen promulgó la ley 11.544 que estableció la jornada laboral de 8 horas diarias o 48 semanales, excepto para el sector agrícola, ganadero y el servicio doméstico.
El primero de mayo, un día de memoria.